Vita Subita

Jaén, 30 de agosto 2025 - 07:00

Aún recuerdo la muerte de Fernando Martín. Aquel jugador de baloncesto, apuesto y triunfador, falleció en un accidente de tráfico a los veintisiete años. Por entonces yo tenía doce y me encontraba solo en casa (sí, antes no te quitaban la custodia por cosas así) cuando dieron la noticia en televisión. Me quedé en shock y mirando fijamente a la pantalla tardé unos minutos en recuperarme de la impresión, porque aquella fue la primera vez en mi vida que supe que los jóvenes también morían. Ahí creo que se acabó mi infancia.

Esta semana ha pasado algo parecido con la actriz Verónica Echegui. A sus cuarenta y dos años no ha podido superar una enfermedad que nadie, salvo su entorno más cercano, conocía que sufría. Siempre es más dolorosa e injusta una pérdida antes de tiempo mas, aunque haya agonía de por medio, la muerte siempre es súbita; todos sabemos que moriremos y, a pesar de ello, siempre nos sorprende. Nunca se le espera, siempre es inoportuna y jamás avisa.

Le gusta jugar al ajedrez con nosotros, ella con piezas negras. Se defiende y nos da la oportunidad de llevar la iniciativa en el ataque, pero somos un juguete en sus manos y al final siempre perdemos. Si la muerte tuviese un nombre ese sería "Siempre".

Los más reflexivos la aceptamos como parte de nuestra naturaleza y nos preparamos ingenuamente para su encuentro, a sabiendas de que llegado el momento temblaremos como todos. Los creyentes confían en una nueva vida tras su manto de dolor y encubren de sacrificio lo sufrido en este valle de lágrimas. Por contra, los más despreocupados la temen tanto que la ocultan bajo un velo de negación y posiblemente ese sea el planteamiento más sabio posible porque, si la muerte nos vendrá súbitamente, la vida resulta igual de súbita y a menudo se nos escapa entre los dedos sin haberla disfrutado lo suficiente, enmascarando su fugacidad y el caos incontrolable que la gobierna con responsabilidades, cargas y fases que superar, creyendo así encontrar justicia a nuestra diligencia.

Retornando a los clásicos, que es el único lugar al cual se puede regresar con garantías, Horacio ya nos invitó a abrazar el día y a darle el mínimo crédito al futuro. Virgilio por su parte nos avisó de que el tiempo huye irreparable. Así pues, ¿para qué preocuparse por lo que vendrá si ha de venir de todos modos? ¿Acaso no era yo más feliz en mis años de ignorancia acerca del fin? ¿Para qué esperar la resurrección si nacer ya es en cierto modo resucitar? Solo debemos pensar en lo que hacer ahora, en la tarea que nos ocupará justo durante los minutos siguientes a este instante, en cuanto finalicemos yo de escribir y ustedes de leer estas líneas, y dotarla de toda la pasión que seamos capaces de derramar.

No hagan demasiados planes, no llenen demasiado sus maletas, no se tomen a sí mismos demasiado en serio y, sobre todo, esfuércense por dejar un buen recuerdo cuando partan definitivamente. Carpe diem. Tempus fugit. Vita subĭta. Solo así descansaremos en paz...

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