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Los llamados árboles orquídeas son plantas leguminosas que se distribuyen en un buen número de especies, de las cuales consideraremos las tres que se presentan con más frecuencia en Sevilla: la de flor blanco-rosada (Bauhinia variegata), la blanca (Bauhinia forticata) y la rosa-purpúrea (Bauhinia purpurea). El nombre genérico proviene de dos médicos suizos gemelos de apellido Bauhin que las estudiaron y describieron entre los siglos XVI y XVII por primera vez. Su denominación común es debido a que las flores recuerdan a las de algunas orquídeas verdaderas, como las del género Cattleya, y a que poseen un gran valor ornamental. Bahuinia forticata es originaria de regiones tropicales y subtropicales de Sudamérica, mientras que las otras dos son oriundas de países asiáticos con semejante régimen climático. Todos estos árboles reciben el apelativo de pata o casco de vaca por sus acorazonadas hojas que muestran un perfil semejante a la huella que imprime en el suelo la pezuña de un bóvido, es decir, con dos lóbulos redondeados simétricos. Las flores están compuestas por cinco pétalos, siendo estos alargados en las blancas y con diez largos estambres, mientras que las coloreadas contienen un menor número de estambres y portan un pétalo mayor central o estandarte que muestra unas hermosas estrías moradas. Son semicaducos en nuestras latitudes templadas y, al igual que sucede con las jacarandas, no quedan totalmente desnudos en invierno y reponen su frondosidad en la siguiente primavera. Sagrados para los monjes budistas, se les atribuyen desde antaño supuestas propiedades amorosas por la sensualidad que desprenden sus colores, diseños y fragancias.
Los árboles orquídeas de la especie variegata superan hoy los cuatrocientos especímenes en Sevilla, constituyendo en conjunto una de las explosiones cromáticas más sorprendentes de la primavera hispalense. Fueron introducidos en terrenos de la Isla de la Cartuja con motivo de la Exposición Universal de 1992 y sus rotundas floraciones pueden admirarse también en las dos aceras opuestas de la avenida del Cid, delante de la antigua Facultad de Derecho y del Consulado de Portugal; en la calle Almirante Lobo, frente a la Torre del Oro, donde sustituyeron hace pocos años a unas alineaciones de platanáceas; en el Museo de Bellas Artes; en la Alameda de Hércules; en la avenida de la República Argentina; en el campus de la Facultad de Ciencias de la Educación; en la barriada Nuestra Señora de la Oliva; en la zona de Bami; en parques como el de María Luisa o el de Celestino Mutis... Los ejemplares de las otras dos especies son menos abundantes en nuestra ciudad y pueden contemplarse, por ejemplo, en los coquetos Jardines del Valle. Estos magníficos árboles nos ofrecen altos valores estéticos y nos otorgan supremos intereses ecológicos al enriquecer el suelo con el nitrógeno fabricado por unas bacterias simbióticas que se hallan en determinados nódulos de sus raíces, algo característico en las leguminosas.
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