Viva Franco (Battiato)
Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
Quisiera uno escribir columnas con semblante de pazguato, como quien mira el cielo y las nubes. Decía Franco Battiato, mentor y albacea de estas columnas, que “el cielo es primordialmente puro e inmutable, pero las nubes, en cambio, son temporales”. Así le gustaría a uno escoger sus temas para lo volandero en artículos y columnas. El cielo inmutable es lo que hay, donde lo aparente y lo arcano. Y las nubes no son más que las cosas que van pasando.
No sé si para sus columnas el colega y amigo Eduardo Osborne se inspira sin saberlo en la idea battiatiana del cielo y las nubes, lo estable y lo pasajero. Estación de cercanías recoge una selección de artículos escritos en los últimos años para este mismo diario. Tras su anterior Luces de Ciudad, el autor ha preferido espigar entre las piezas más personales. Por eso Estación de cercanías remite al paisaje íntimo, al menudeo de los asuntos que le son más cercanos. El paso del tiempo reajusta perspectivas y le da a las cosas su necesario punto de distancia. Todo paisaje de cercanías acaba siendo un grato paisaje de lejanías que uno contempla como si fuera ya otro.
He releído buena parte de estas columnas que en su día ya leí con agrado. Nuestro jefe entre opinadores y opinadoras, Luis Sánchez-Moliní, habla de Eduardo Osborne como el articulista tranquilo. Uno añadiría que es también como el “articulista quieto” (en Venezuela a El hombre tranquilo de John Ford lo llaman mucho mejor como Un hombre quieto). Está de moda ahora en la corrala de la bronca la pérdida de esfínteres. Hay quien está deseando opinarse encima. Osborne es lo opuesto. Nunca fue tan saludable la retención de líquidos.
De entre sus temas más personales escribe, entre otros, del familiar convento de Santa Paula, del recreado peaje de la niñez en la autopista Sevilla-Cádiz, del Sevilla FC como íntima acordanza (él y servidor somos deudos de Biri Biri), de la Sevilla eclesiástica pero no curil, de las edades del verano... Evoco, otra vez, la lección aún no aprendida que nos dio la muerte de Andrezj, aquel indigente polaco al que la costumbre asoció al entorno de la Plaza del Museo. Y vuelve uno a ponerle rostro y lágrimas a aquellas mujeres maleadas por las adicciones y a las que la Fundación Proyecto Hombre atiende en su sede de Alcalá de Guadaira. Siempre nos queda el articulista tranquilo. O quieto, como se quiera.
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