En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Si ven documentales antiguos de su ciudad observarán que los que tratan solo de monumentos están muertos. Si quieren ver su ciudad viva tal como vivió y fue vivida eviten los tediosos documentales monumentales y vean las tomas de calles con sus comercios, bares, cafés, anuncios y, sobre todo, las gentes viviendo aquellos espacios. No quito su importancia histórica y artística a lo monumental, por supuesto; pero prefiero la vida. Cuando veo viejas películas de mi ciudad o de otras ciudades y cuando viajo. Al poco de estar en un museo –que es algo así como el orgasmatrón de El soñador de Woody Allen en versión estética– o visitando un monumento (salvo que tenga jardines con cafeterías y restaurantes, como los tan distintos de Versalles y –entre mis favoritos– el del museo Rodin de París) me llaman a gritos las calles de la ciudad que esté visitando.
No se ha prestado y no se presta, sobre todo entre nosotros, los andaluces, la suficiente importancia al patrimonio de la vida cotidiana. Su cuidado no consiste solo en la conservación de elementos, sino que invita “a una forma de tutela que no se agota en el objeto material, sino que identifica una práctica comunitaria”. Son palabras del antropólogo cultural Pietro Clemente en Negociar la diversidad. La vida cotidiana como patrimonio cultural (Sphera Pública, UCAM, 2010).
Clemente propone un encuentro entre la antropología y la historia del arte: “Los historiadores del arte conocen el territorio que atravesamos, son historiadores de las prácticas locales del culto, de las edificaciones, de la sociabilidad y del consumo simbólico. El encuentro entre la historia del arte y la antropología del patrimonio sugiere un nuevo modelo de patrimonio, no cientista ni ‘fetichista’ (la Gioconda y el resto de obras de arte) sino basado en análisis sutiles y reconciliados con la vida local”.
Lo pensaba leyendo el reportaje de los compañeros Chantal de la Cruz, Rafa del Barrio y Carolina Rojas –que incluye un estupendo vídeo– sobre la sevillana Papelería Ferrer, la más antigua de España, fundada en 1856 y vecina de la más joven confitería La Campana, fundada en 1885. Ambas conservan escaparates, fachadas e interiores gracias al empeño de sus propietarios. Esto es patrimonio histórico de primer orden para mí.
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