Pasolini, ayer, hoy y siempre

30 de agosto 2025 - 03:10

El próximo 2 de noviembre se cumplirán 50 años del asesinato de Pier Paolo Pasolini. En estas cinco décadas su obra como cineasta, poeta, novelista, ensayista y articulista, no solo no ha dejado de crecer, sino de tener actualidad ideológica. Como si hubiera trabajado para un futuro que pocos como él supieron entrever a partir de las claves que el presente le ofrecía. Pasolini. El último profeta titula Miguel Dalmau su premiado ensayo. Un profeta no era un augur pagano que practicara la adivinación. En la tradición judía es quien habla con anticipación como portavoz de Dios. En la versión griega de la Biblia de los Setenta se tradujo como profetes –el que habla antes– pasando al latín como propheta.

Si muchos atacaron a Pasolini en vida, muchos más lo han querido llevar a su terreno ideológico tras su muerte. No es mi caso como cristiano. Por descontado no lo considero un profeta (aunque, “¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿quién fue su consejero?”). Pero sí un creador dotado de un sentido de lo sagrado que ningún otro cineasta ha tenido. Ni tan siquiera los Dreyer, Bresson y Ozu que Paul Schrader estudió en El estilo trascendental en el cine.

Accattone, su primera película, se cierra con un delincuente agonizando en plena calle y otro santiguándose con las manos esposadas mientras suena La Pasión según San Mateo de Bach. Mamma Roma, con la muerte del hijo de una prostituta y el desgarro de la madre representados como la Lamentación sobre Cristo muerto de Mantegna y un Stabat Mater. El Evangelio según San Mateo –la mejor, más emocionante y literalmente fiel al texto evangélico película jamás rodada–, se abría con esta dedicatoria: “A la querida, alegre, familiar memoria de Juan XXIII”. La ricotta –estúpidamente denunciada por blasfema– se abría con estas palabras: “No es difícil predecir a este cuento mío una crítica dictada por la mala fe. (…) Evitando malentendidos de todo tipo, quiero declarar que la historia de la Pasión es la más grande que yo conozca, y que los textos que la cuentan son los más sublimes que hayan sido jamás escritos”.

No fue un santo, por supuesto. Tuvo la vida que quiso tener. Pero tampoco el Miguel Ángel de la Piedad y la Sixtina o el Caravaggio del Descendimiento y la Virgen de los peregrinos lo fueron.

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