La ‘ragazza’ del ‘elevatore’

01 de octubre 2025 - 03:11

La muerte de Silvio cumple hoy 24 años. Es una muchacha bien parecida a la que no le da miedo envejecer ni que le digan la Parca o la dibujen con la guadaña. Le complace más cuando Blasco Ibáñez la llama el Intruso o José Bergamín la Mano de Nieve. No sabe qué hacer la muerte de Silvio para seguir con su cortejo. Él no se deja, rezuma de vida aunque le falte un año para el cuarto de siglo criando malvas, frase muy del gusto de su admirado Graham Greene. Su mundo también era el de Chesterton y habría contratado al padre Brown para que disuadiera a la muerte, esa inoportuna sombra chinesca, de esa agonía por llevarlo al tálamo de los espectros.

La muerte de Silvio es tan joven que la piropean cuando se pasea por la calle. Los muertos no tienen los remilgos de los vivos. A ella le gustaría ser como la ragazza del elevatore en ese italiano de Adriano Celentano entrando por Trajano o por Amor de Dios. La muerte de Silvio le pide matrimonio a su dueño, lo hace creyéndose ella la dueña, como si fuera la Rosa Yang del bar ABC donde Silvio escribía sus guiones de películas del Oeste. Silvio no se deja porque dice que ya se casó una vez y con una ya tiene más que suficiente. Ha dejado un reguero de Silvios de amigos que le rinden tributo en la pila bautismal, porque en un tiempo fue Silvio y Sacramento.

La muerte de Silvio nació el 1 de octubre de 2001. Torres más altas han caído. La Odisea de Kubrick, aunque él era más de Pancho Bautista. Faltaba un año para que llegara el euro, que es como un muro de Berlín de moneda y timbre. La muerte de Silvio danza con otros muertos, el rockero no se siente para nada novio de la muerte, es más del Soria 9 que de la Legión. Este año han nacido otras muertes, algunas muy insignes: el papa Francisco, Vargas Llosa, Robert Redford, los tres hijos del 36. Silvio es de otros bombardeos, la muerte se enseñoreó cuando nació en La Roda de Andalucía entre las masacres de Hiroshima y Nagasaki. Y de todos los que se han ido este año el que más le concierne es alguien que no fue Papa ni ganó el Nobel ni el Oscar de Hollywood, se llama Manolo Cardo, hijo de Coria, la Baracaldo del Sur, que hizo grande a su Sevilla del alma. La muerte de Silvio lleva un mantón de Manila como ajuar funerario. Lo que peor lleva la muerte de la vida es que ésta sea eterna y lo puede ser con una canción, una mirada, un gesto. Por eso se engalana para que la encuentren como un cadáver bien parecido, como esperaba de sí mismo el Gringo Viejo de Carlos Fuentes.

A la muerte de Silvio le fastidian esos arrebatos místicos de su inquilino, del que no sabe si es propietario o es okupa. Con arrimo y sin arrimo, Silvio sube todos los días al Monte Carmelo con San Juan de la Cruz, al que Dios hizo paisano de Sabina. La muerte de Silvio ha cumplido 24 años. Seis Juegos Olímpicos, seis Eurocopas, seis Mundiales de Fútbol. Silvio nació un año antes de que se creara la ONU. El mismo año que Bob Marley. El mundo es mejor gracias a ellos. La muerte no tiene nada que hacer. Que apague las velas y meta en el fuego su mano de nieve. No cabe más vida ni menos muerte en una canción de Silvio.

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