Fuimos muy arrogantes en denominarnos a nosotros mismos homo sapiens sapiens (por si nos quedaba alguna duda). Claro que sólo el ser humano puede caer en eso pues el orgullo es una nota característica que más que aportar nos resta, nos ciega. Tras el sapiens se esconde un demens, el mismo que permite y justifica todo tipo de atrocidades contra otro ser humano (el hermano), los pueblos y la naturaleza. Se esconde un ser que se pierde a sí mismo en la medida en que se desconecta de las realidades que le son afines. Nunca, jamás lo del otro nos es ajeno pues somos lo que somos gracias a la interrelación necesaria que nos define. 

Nos hemos fijado tanto en el sapiens que nos hemos olvidado del homo, del sujeto, cuya raíz etimológica radica en la palabra humus, esto es, la tierra, el suelo que nos sostiene y alimenta y que, además, guarda una estrecha relación con la palabra humildad. Es, cuanto menos, irónica la relación entre homo-humus-humildad pues nos recuerda que lo que somos no es algo ajeno a la naturaleza que expoliamos y explotamos para apropiarnos de sus bienes. Sin duda alguna, hay que tener rasgos demens, dementes, irracionales para no darnos cuenta de ello. 

Pero si la tierra tiene un lugar importante en nosotros, más todavía lo tiene el agua. Dicen los que saben que más del 65% de nuestra masa corporal es agua, que miramos la vida desde dos gruesas gotas de agua que son los ojos, que lloramos con agua… El agua nos hermana otro poco más con el mundo natural. No somos algo diferente, sino que somos la vida natural que se ha hecho consciente en un proceso muy largo, costoso y sorprendente. 

La realidad que somos se ha convertido hoy en un problema que urge solventar. Pareciera que lo que hemos descuidado y maltratado fuera no deja de ser una proyección de lo que nos hacemos a nosotros mismos. Pero sucede que sin cuidado esencial no puede haber el cuidado necesario; sin experiencia concreta, real, cercana, no hay nada que compartir pues, como bien asevera el refrán: nadie da lo que no tiene.  

Siempre nos ha sido más fácil señalar y acusar con el dedo a los responsables de las desgracias que padecemos, pero ahora es tiempo de ir asumiendo aquello que nos compete pues lo que estamos atravesando no es una cuestión que pertenezca exclusivamente a los mandatarios, del mismo modo que los problemas agrarios no son sólo de los que trabajan el campo o la ganadería. Todos, con nuestras acciones, estamos apoyando o rechazando y debemos de tomar conciencia de ello. La indiferencia es también una postura que no está exenta de responsabilidad. 

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