En tránsito
Eduardo Jordá
Opositar
Alto y claro
Diario de Sevilla nació hace 25 años con el tiempo justo de certificar el final de un siglo que había sido poco propicio para la ciudad. Una centuria marcada brutalmente, poco antes de su mitad, por una guerra civil cruel que dejó heridas muy profundas y de difícil cicatrización. El siglo XX fue otro de decadencia para la Sevilla que había sido trescientos años antes la capital del mundo. Si hacemos abstracción de las dos grandes exposiciones que sirvieron para darle un impulso, la de 1929 primero, pero sobre todo la de 1992, el resto de lo que pasó a lo largo de aquel periodo no hizo sino profundizar su carácter como cabecera de un sur marcado por la pobreza y la falta de oportunidades. En las primeras décadas, la ciudad vio cómo quedaba fuera del impulso de industrialización y desarrollo que el régimen de la Restauración concentró en torno a los puertos de Barcelona y del País Vasco y que, de rebote, favoreció a Madrid como gran máquina burocrática y política. Después de 1992, Sevilla encaraba el siglo XXI sin que se le echara una mano de modernización y de progreso. Mientras, en España algunas ciudades experimentaban procesos de transformación y modernización sin precedentes, un fenómeno que se puede rastrear desde Bilbao a Málaga y del que nosotros nos quedamos fuera.
Coincidieron tres factores que se conjugaron contra Sevilla: desde la Administración central se consideró que con lo hecho en la Expo daba para que no hubiera que poner un duro más en un largo, muy largo, periodo de tiempo; a la Junta de Andalucía, entonces en manos de sevillanos, le daba pavor que se la acusara de favoritismo hacia la ciudad y todas las inversiones estratégicas se desviaron hacia otros lugares; y tercero, pero más trascedente que los otros dos, la desidia de las élites locales, tras el ensimismamiento del 92, alcanzó cotas todavía más altas que las ya muy elevadas que lastraban y bloqueaban a Sevilla.
En ese ambiente es en el que nace el periódico que tiene en sus manos o que lee en su pantalla. Desde el día que apareció en los quioscos tuvo un éxito arrollador. Precisamente porque desde su primer número de convirtió en la conciencia crítica de una ciudad adormecida en la complacencia y controlada por poderosos grupos de poder que no tenían ningún interés en que las cosas cambiasen, sino todo lo contrario. Diario de Sevilla sacudió conciencias, marcó distancias con los que creían que guardaban las esencias de la ciudad y ventiló un panorama de la prensa local que olía a rancio y caduco.
En este sentido, este diario ha hecho una contribución fundamental a la toma de conciencia del sector más avanzado de Sevilla sobre los grandes problemas que arrastramos. Es cierto que la lista de los grandes retos sigue siendo básicamente la misma que hace un cuarto de siglo. Pero ahora hay una voz que habla fuerte para reivindicar el futuro de Sevilla. Eso, en una ciudad sometida a tantas inercias negativas, tiene un valor incalculable.
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