La tarde de la Virgen

16 de agosto 2025 - 03:09

Cuando, bajo un sol engañosa y dulcemente dorado que pronto desatará su furia, la Virgen de los Reyes avanza en silencio, mudas las campanas, lejano el eco de la música, callada la multitud, se siente eso tan difícil de decirse sin incurrir en tópicos a lo que algunos llamamos Sevilla.

Sucede también, no solo, pero sí, sobre todo, cuando sale el sol de medianoche de la Macarena. Cuando se oye descorrer un cerrojo en la plaza de San Lorenzo a la una de la Madrugada. Cuando, a la hora en la que Dios murió como mueren los hombres, eclipsada la luz de nuestras vidas tras las puertas de la basílica de la Resolana, el Cachorro se echa a las calles aspirando todo el aire de la tarde. Cuando cada 18 de diciembre podemos besar a quienes perdimos o cuando cada medianoche del Viernes de Dolores la más cierta representación de Dios humanado pisa el suelo de su ciudad.

No puede entenderse Sevilla del todo y hasta el fondo sin estas cuatro devociones que no excluyen a las demás: las incluyen, las simbolizan. Y no pueden entenderse las tres devociones pasionistas sin la gloriosa que simboliza la restauración del culto cristiano en Sevilla, del que la Virgen de los Reyes, junto a la de las Batallas o el Arzón, fue protagonista y testigo.

Hay tantas Sevillas como sevillanos la vivan, por supuesto. Pero existen realidades tan ancladas en un tiempo que solo puede medirse por siglos y por generaciones, tan unidas a la historia y la vida de la ciudad, tan presentes en las existencias cotidianas de tantos sevillanos que las pasan de padres a hijos como la más preciosa herencia –esa que da sentido a sus vidas abriéndolas a un horizonte de eternidad–, que tienen la capacidad de simbolizar a la propia ciudad. No son de Sevilla, son Sevilla.

Esta tarde honda y callada como un pozo de aguas claras –la tarde la Virgen–, resonando en el silencio los ecos de lo que se vivió, brillando en habitaciones en penumbra la luz dorada de la mañana, recuerdo sumado a otros recuerdos en una única memoria, como cuando al coger esa mañana las manos de nuestros hijos y nietos sentimos las de nuestras madres y abuelas cogiendo las nuestras, es una callada meditación sobre Sevilla, una silenciosa, quieta, honda acción de gracias tras la comunión con las más santas entrañas de la ciudad.

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