Ucrania descrita por un ruso

15 de agosto 2025 - 03:09

Una serena emoción me embarga cada vez que mis ojos recorren el diseño que el pintor Attilio Rossi creó en Argentina, mientras nuestro país se desangraba, para los títulos de la colección Austral de la filial sudamericana de la editorial Espasa-Calpe.

La visión del símbolo de la constelación de Capricornio y de la inconfundible trama de offset ampliada que otorgan personalidad común a todos esos libros, me conduce al recuerdo de muchas tardes de infancia, acompañando a un padre bibliófilo –aunque no tan apasionado lector como mi madre– en sus errabundos paseos por librerías ya desaparecidas.

Para cuando, en pleno franquismo, la casa matriz procedió a introducir la fórmula en España, esta presumía de más de un millar de apuntes en el catálogo argentino. Por lo que el servicio prestado –a ambos lados del Atlántico desde hace casi noventa años– a la difusión de la cultura, por esta colección de bolsillo reconvertida hoy en editorial, resulta impagable.

Adquirido al increíble precio de un euro, disfruto en estos días veraniegos de la lectura de un ejemplar editado en 1968, de El brazalete de rubíes y otras novelas y cuentos, de Alejandro Kuprin (1870-1938). Perteneciente a la llamada serie Azul, dedicada a novelas y cuentos en general, según reza en una de las solapas de sobrecubierta. Serie en la que se incluyen otras muestras de mi biblioteca particular, conseguidas en el mercado de libros usados, de autores como Vintila Horia o Manuel Halcón.

Fue Kuprin uno de los más brillantes escritores rusos del primer tercio del siglo XX. Como otros revolucionarios moderados que aplaudieron la caída de Nicolás II, tuvo que padecer el exilio para sustraerse a los peligros del fanatismo bolchevique, si bien las autoridades soviéticas le permitieron regresar a su tierra, donde pasó sus dos últimos años de vida, antes de que aquella fuera devastada por la agresión alemana.

Se caracterizan los elegantes relatos que me cautivan en el estío, por su aguda disección de la naturaleza femenina y por una nostálgica descripción de la Ucrania anterior a la Revolución de Octubre. Paisaje que conoció bien por motivos profesionales, hacia el que destila un amor absolutamente alejado de la furia con la que hoy sus compatriotas tratan de cambiar la orientación política de la nación vecina.

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