Vituperio del rebujito
En su libro La olla española (Athenaica), Ignacio Romero de Solís recupera la memoria del agraz, el zumo de uva inmadura que, servido muy frío, nuestros antepasados tomaban como refresco. El escritor autoexiliado en Cádiz ha recordado alguna vez cómo su padre, el carlista y artillero Marqués de Marchelina, llegó a conocer algún bar en Sevilla donde aún se servía esta bebida, pero mezclada con manzanilla, lo cual le daba un toque alcohólico que, sin duda, la haría más atractiva para el sediento homo decimonónico. El agraz a secas debía ser una de esas bebidas ácidas que le ponen el gesto de chino a quien las bebe, como el zumo de limón que no ha sido lo suficientemente rebajado para convertirlo en limonada. No en vano los franceses, que lo llaman verjus, lo usan también como vinagreta para aderezar ensaladas o, incluso, para la elaboración de mostazas. En una entrevista reciente, Romero de Solís llegó a declarar el agraz como antepasado de ese monstruo antinatura que es el actual rebujito. Estaríamos dispuestos a comprar tal provocación siempre que el rebujito se considere un descendiente degenerado del viejo agraz con manzanilla. Todo linaje –menos los muy esnobs– tiende a la decadencia, de manera que un par de Francia puede desembocar en un biznieto charcutero en Lyon. El rebujito, no hace falta decirlo, haría en esta comedia el papel del buen salchichero.
Podemos considerar el rebujito como uno de los inventos más perversos y plebeyos de la historia. Coger un vino de noble crianza como es la manzanilla o el fino y mezclarlo con vulgar gaseosa es pecado que ni el mismo Robespierre se habría atrevido a cometer. Aparte está esa extraña cualidad de las burbujas artificiales de introducir la resaca hasta en la más recóndita de las células del cuerpo. Solo hay un brebaje más bárbaro que el rebujito, el llamado calimocho, mixtura de cocacola con tintorro en el que el imperalismo yanki se une a la brutalidad ibérica, envenenando las fiestas, verbenas y romerías del norte de España. Y si salvamos el tinto de verano (el vargas cordobés), bebida favorita de las señoras sedientas, se debe más al amor a nuestras madres que a otras razones.
La mezcla del vino con otras sustancias no es ni mucho menos nueva en la historia. Los romanos fueron auténticos especialistas en hacer todo tipo de mezclas que repugnarían a cualquier ser humano decente. Algo de todo eso queda en esos vinos calientes mezclados con especias y hierbajos a los que tan aficionados son en el norte de Europa o en el vermú (aunque en este caso hay que decir que con resultados más que satisfactorios). Por todo lo dicho, concluimos que el rebujito es una marcha atrás en el proceso civilizatorio. Quien lo probó, lo sabe.
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