EDITORIAL
La pujanza de la FP
Por mucho que se repita nunca está de más recordarlo: uno de los síntomas más evidentes de la decadencia del funcionamiento del Estado en los últimos años son los continuos problemas en el sistema ferroviario español. Poco queda de los trenes limpios y puntuales que eran el mejor ejemplo de la modernización del país acontecida con la democracia. El pasado sábado, miles de ciudadanos volvieron a sufrir, por enésima vez y en plena operación retorno, retrasos importantes de sus trenes, con las consiguientes aglomeraciones en las estaciones, incomodidad y perjuicios en general para los viajeros. Es cierto que algunas de las causas fueron accidentes que no se pueden achacar a un error humano, pero también lo es que otras sí pusieron de manifiesto la mala gestión del sistema ferroviario. Además, los viajeros amontonados en las estaciones tuvieron que sufrir una vez más la falta de información, fuente de inquietud y malestar, sobre todo para los que dependen de la puntualidad del tren para enlazar con otros viajes. Sólo había que pasearse por las estaciones donde había viajeros atrapados para comprobar hasta dónde llegaba el enfado de los viajeros afectados por los retrasos. Tanto que podemos hablar ya de que existe una auténtica desafección de los ciudadanos hacia el ferrocarril español que se viene a sumar a las muchas otras desafecciones que se detectan en nuestra sociedad: hacia los políticos, las instituciones... Los españoles cada vez confían menos en que el tren sea un sistema de transporte fiable, lo que se puede considerar un auténtico descrédito para el Estado. Si, como presume el ministro del ramo, Óscar Puente, crecen los viajeros, se debe más a la falta de alternativas (carreteras atascadas y vuelos caros) que a otras causas. Ante esto, Puente debe reconocer el enorme problema que existe (no parece que sea muy consciente) y tomar las medidas pertinentes para enmendarlo. Algo que, desde luego, se logra trabajando, no tuiteando impulsivamente como un adolescente.
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