La tribuna

Brocha gorda

Brocha gorda
César Romero
- Escritor

Quizá en todo tiempo primaron las brochas gordas, el trazo grueso, descuidado y sin esmero sobre el fino. Pero que en tiempos supuestamente avanzados, dependientes de la nanotecnología y la máxima precisión y tenidos por punteros en protección de derechos humanos, se den casos groseros de brocha gorda, clama al cielo.

Vayamos con los antecedentes. El 29 de julio, en Zizur Mayor, pueblo de Navarra, Filinto Flórez, de 85 años y con demencia senil, llama al 112 para pedir ayuda, porque él y su mujer están muertos, dice al principio, luego porque su mujer está muerta. A la niebla habitual de su cabeza se une el aturdimiento de ver a su esposa muerta en la cama, con un golpe en la cabeza. Cuando acude, la policía certifica que Mercedes Bezunartea, de 78 años y enferma de párkinson desde hace tiempo, está muerta y tiene un fuerte golpe en la cabeza. En su nota, la policía no aclara qué ha podido ocurrir, ni si ha sucedido un accidente, tan sólo traslada que el hombre no hila un relato coherente. Al día siguiente, el alcalde condena la muerte, como crimen machista. Dos días después, un juez ordena el ingreso en prisión del hombre, acusado de un presunto delito de violencia machista. En los días siguientes se ponen en marcha todos los actos protocolarios habituales en estos casos, con el especial apoyo, por aquellas tierras, de esos partidos nacionalistas que tenían la piel bastante más dura cuando la ETA mataba a un policía o un político que no fuera de su cuerda.

Tras los hechos, una de las hijas de Filinto y Mercedes y una hermana de Mercedes, hacen pública una carta, visto que ni las autoridades ni los medios de prensa se han parado a prestarle oídos y se han limitado a aplicar la brocha gorda de la legislación y el tópico de turno. En ella no sólo cuentan cómo es la situación cognitiva del hombre sino que hacen un breve repaso por su vida. Cuentan cómo este médico colombiano, que vino a estudiar a España, se enamoró de Mercedes y ya se quedó a vivir aquí. Cuentan que ha sido alguien avanzado entre los hombres de su generación, de los que compartían labores del hogar, pues su mujer también trabajaba fuera de casa. Cuentan con cuánto cariño y dedicación ha cuidado de su mujer desde que le diagnosticaron párkinson hace un cuarto de siglo. Cómo aún, con la cabeza medio perdida, y cuando la cuidadora se marchaba, seguía pendiente de ella. Gente pudorosa, que no avienta intimidades, se ve obligada a contar estos detalles para que se sepa quién es el hombre ahora encarcelado.

Pero nada de esto interesa, no ya a los medios de comunicación que se pliegan a la presión social de una estadística criminal que parece dogma de fe, sino a quienes tienen en sus manos la vida de las personas. ¿A qué dedican su tiempo el juez o el fiscal que han decidido que este hombre ingrese en prisión de forma preventiva? ¿Qué carrera de Derecho estudiaron? ¿Qué oposiciones aprobaron? ¿Necesitan un documento notarial para saber que no está en sus cabales? Con un atestado policial, que poco claro sería cuando la nota de prensa no aclaraba nada, ¿les basta para encarcelarlo y venga, ya que estamos en agosto me voy de vacaciones y en septiembre resolvemos?

Un juez de paz, menos instruido pero desde luego mucho más humano, es decir, más justo, antes de meter en la cárcel a un anciano con sus capacidades tan disminuidas, hubiera escuchado antes a los familiares de la víctima, a sus vecinos y allegados, hubiera atado cabos. Sólo con escuchar a las firmantes de esta carta hubiese adoptado otra decisión. Pero parece que la precisión queda para las máquinas. En asuntos humanos, que deberían ser humanos, aún muchos se limitan a trazos de brocha gorda, imperantes hoy como ayer. Sin indagar. Sin pensar en no añadir más dolor al dolor de quienes han perdido de tan desgraciada manera a su madre, a su hermana.

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