En la elegante versión española de Passeggiate, libro sobre Italia del gran Gregor von Rezzori, leo por vez primera, a propósito del gentío en las calles milanesas allá por 1970, la palabra “cirigallos”. Miro en el diccionario. Cirigallo: “Persona que pasa el tiempo yendo y viniendo, sin hacer nada de provecho”. Como esos extras que en las películas pasan tras los protagonistas, en los que uno no se fija cuando los protagonistas lo son, sí cuando la escena no interesa o los actores principales apenas son desvaídas sombras. O como tantas y tantas personas, incluidos muchos sevillanos, que se pasan la Feria de Abril yendo y viniendo por sus calles, porque no tienen caseta donde parar y se limitan a pasear la Feria, como decía aquella canción de Rocío Jurado, y que nunca son quienes cuentan cómo les ha ido, pues esto queda para esas estupendas e influyentes jóvenes de fuera que se maravillan con lo acogedores y salerosos que son los sevillanos.
Quizá Sevilla sea una ciudad de cirigallos, de gente que pasa el día yendo y viniendo por sus calles, con apariencia de estar atareada pero en verdad sin hacer casi nada de provecho, sólo esperando el encuentro casual con otro cirigallo con el que pegar la hebra, y tomarse una cervecita, y arreglar el país durante un rato, hasta que retomen su rumbo sin norte, aunque con apariencia de tener guía, y se encuentren a otro cirigallo con el que volver a pegar la hebra, y tomarse otra cervecita, y poner a caldo al presidente de su club de fútbol o ensalzar las proezas del torero de moda. Y, dentro de Sevilla, la quintaesencia del “cirigallismo” es Triana, ese barrio donde casi todo el mundo va y viene, atestando calles y mercados, sin estar en verdad haciendo nada de provecho, sólo comentando la vida mientras la ven pasar, porque tal vez aquello tan manido de Lennon, lo de que la vida es lo que pasa mientras hacemos otros planes, no sea cierto, sino que para un trianero de pura cepa, un sevillano auténtico, un cirigallo, por decirlo con una sola palabra, la vida sea lo que pasa mientras no hace nada enjundioso, sólo verla pasar en tanto, como los demás, viene y va.
Puede que los turistas se sientan tan cómodos en Sevilla por esto. El turista no deja de ser un cirigallo, alguien que en pocos días quiere conocer la ciudad y su alma, y se pasa las horas yendo y viniendo, cree que exprimiéndolas, aunque de ese vagar continuo en verdad no le quede sustancia alguna, dos o tres tópicos mal contados. Pero conecta con el sevillano porque coinciden en ese lugar etéreo que es el ir y venir por las calles sin hacer nada provechoso, meramente estar, ver pasar la vida mientras creen que están apurando cada hora de cada día, de la que quizá el mejor recuerdo que les quede sea ese instante inerte, y como eterno, en el que la vida pareció quedarse quieta, parar su ir y venir, dejando así un pasajero provecho.