La tribuna

Una clase en Triana

Una clase en Triana
Javier Compás
- Escritor

Quizás sea más específica la palabra aula para designar ese espacio donde los alumnos reciben clases en el colegio, pero en la época a la que me refiero, ese espacio entrañable, o a veces no tanto, era la clase. La recordaba mucho más grande y eso que entonces, mediados de los años setenta, estaba llena de recios pupitres de madera maciza, con sus hendiduras en las esquinas para los tinteros, testigos de una época aun anterior a la nuestra. El sitio donde compartimos, nada más y nada menos que cuarenta y dos niños, muchas horas de nuestra vida. Ya no está la tarima con la gran pizarra negra, ni la mesa sobre ella del profesor, ahora es todo plano, verán peor los niños al maestro, digo yo, y, junto a una pizarra blanca de esas como las de los hoteles para las reuniones de empresa, una pantalla televisiva, otros tiempos.

Las redes sociales, a las que tanto denostamos, también nos traen cosas buenas. A mí este verano me trajeron noticias de viejos compañeros, unos animosos y entusiastas hombres que se embarcaron en el trabajo de localizar y contactar a aquellos cuarenta y dos. Dicho y hecho, en poco más de dos meses, casi todos fueron localizados. La cita fue una lluviosa mañana de sábado, veintiuno estábamos en el claustro del viejo patio en forma de herradura que diseñara en 1926 el arquitecto sevillano Antonio Gómez Millán, concluyéndose años después, bajo el amparo de los Condes de Bustillo, para abrir sus puertas como colegio salesiano en 1935.

Emotivo acto en la iglesia, a los pies de la imagen sentada de María Auxiliadora, con su Niño, que esculpiera Enrique Orce Mármol, bajo los techos con frescos pintados por Hohenleiter. Quiso el día que nos juntásemos allí con otro grupo, este del año 2000. Mucho más jóvenes pero con el mismo espíritu, reencontrarse y vivir un día entre las emociones del saludo a los que desde hacía años que no nos veíamos, el reencuentro con los que mantuvimos más contactos, la pena del que no pudo ir por diversas causas y el recuerdo a los que se fueron, gracias a Dios, tan solo tres de los nuestros.

Qué diferente el bachillerato de esos jóvenes al nuestro. Nosotros que fuimos la última generación que precedió al BUP. Aquel bachillerato antiguo con latín y formación del espíritu nacional. Casi al final de nuestra vida colegial, la muerte de Franco. Quizás entonces, adolescentes ya de quince años, algunos algo más (entonces había repetidores) no fuésemos plenamente conscientes de la trascendencia de los momentos históricos que nosotros mismos, junto con toda España, estábamos viviendo, de todos los cambios que vendrían.

Por el momento pensábamos sobre todo en fútbol, esos interminables Sevilla-Betis que echábamos en los recreos, en las clases de gimnasia. También comenzaba a despertarse nuestro interés por las chicas, esos entes lejanos y misteriosos que, camino del colegio o a la vuelta a casa, nos cruzábamos con ellas con sus falditas de los uniformes, niñas de la Milagrosa, del Protectorado. Quién nos iba a decir que de entre nosotros saldrían profesores, músicos, escritores, policías, arquitectos, periodistas... Cincuenta años después, con mucho menos pelos y algo más de tripita, compartimos, ya dejado atrás nuestro querido colegio salesiano de Triana, unos brindis de hermandad. Hora de las anécdotas recordadas, de aquellas historias que nos hicieron reír, de nuestros profesores y directores, de Don Bosco, y de María Auxiliadora, que nos guarde a todos.

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