En el atrio-jardín de la Iglesia de San Jacinto, perteneciente en su momento al antiguo convento de la Orden de Predicadores, se ubicaba un hermoso ejemplar de Ficus macrophylla traído desde Puerto Rico por monjes dominicos y plantado en 1913 en dicho lugar. El espléndido árbol sería testigo a lo largo del tiempo de relevantes pasajes de la dilatada historia de Triana y, por su prestancia y relativa rareza al ser el único de su especie visible en las calles trianeras, se convertiría en un símbolo del arrabal y fue registrado en el Catálogo de Árboles Singulares de Sevilla elaborado por Parques y Jardines. Tras una poda extrema y serrado su tronco a la mitad en agosto de 2022, su muerte era evidente al cabo de año y medio.
La iglesia fue construida en el siglo XVII y pasaría a estado ruinoso como consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755, reedificándose después sobre los restos primitivos. En breve se va a acometer una restauración y se ha extendido la inexacta idea de que sus posibles males actuales son achacables al ficus, proponiéndose la retirada de las inertes raíces subterráneas que nada destruyeron y que nada pueden hacer ya, extracción que puede acarrear más problemas que beneficios. No son ellas responsables de deterioro alguno del templo, situado en un enclave que soporta un intenso tráfico rodado desde antaño, incluidos los autobuses de línea; habiendo sobrevivido a terremotos y fenómenos meteorológicos adversos, así como a la falta de mantenimiento y a la edad de sus cimientos. Las raíces se desvían cuando topan con un obstáculo: buscan agua y nutrientes minerales que no se obtienen del hormigón, sino del subsuelo arcilloso y húmedo de Sevilla, el cual se encuentra plagado de raíces de todo tipo que se extienden por doquier junto o bajo la mayoría de sus innumerables monumentos.
El millón de euros destinado ahora a sufragar una restauración modernizadora de la parroquia proviene de un convenio, según el cual los dominicos devolvieron el atrio a la ciudad hace dos años a cambio de esa subvención para tareas de mejora de un edificio eclesial que no se halla en mal estado en comparación con otros muchos: electricidad, pintura, carpintería, cerrajería, zócalos, cambio de solería... Un hecho significativo es que la Cruz de Humilladero del s. XVII que se erige al lado del ficus desde hace una centuria se mantiene intacta. ¿Cómo pueden haber afectado las raíces la estabilidad de la iglesia si no han presionado sobre una cruz tan cercana? ¿Cómo pueden ser las causantes de unas supuestas alteraciones en sus bóvedas si no existen grietas significativas en ellas, en pilares o muros? ¿Cómo podrían ser, en suma, el origen de unas imprecisas deficiencias cuando su hermosa solería se conserva magnífica y sin una sola losa levantada? Ni después de convertirse en un triste bloque de madera puede descansar el desventurado ficus de San Jacinto, cuya vida llega a su fin por la inclemente acción del ser humano.