La tribuna

La edad para no perder el tiempo

La edad para no perder el tiempo

La gran belleza es una gran película de Paolo Sorrentino, al menos a mí me lo parece. En ese retrato de cierta sociedad romana, por cierto, con bastantes similitudes a ese microcosmos local de muchos de los frecuentadores de los saraos varios sevillanos. Película muy felliniana en muchos de sus aspectos, aquí habría que escuchar la docta voz de Carlos Colón. La historia se inicia con una delirante fiesta de cumpleaños, la del protagonista del film, ese fascinante personaje llamado Jep Gambardella (magistral Toni Servillo en el papel) que cumple 65 años, que era la edad a la que antes se jubilaban los españoles, ahora hay que esperar más, a mí me tocará a los 67, espero llegar en buenas condiciones, aunque en realidad los que vamos por libre no tenemos edad de jubilación, por fortuna tenemos algunos la suerte de dedicarnos a lo que más nos gusta, por lo que el trabajo no lo es tanto.

Pues el gran Jep Gambardella dice en La gran belleza, entre otras perlas del guion, que “el descubrimiento más importante que hice al cumplir los 65 años, es que no puedo perder el tiempo en cosas que no quiero hacer”. Y en eso estoy ahora que he cruzado ese umbral. Parafraseando y ampliando a Eugenio Dor’s y su frase “en Madrid a las ocho de la tarde, das una conferencia o te la dan”, ahora que se ha abierto con ganas la temporada en Sevilla por todo lo grande con los premios que da Mario Niebla del Toro, en Sevilla (si es jueves no te digo nada) por la tarde o das un pregón o te lo dan, o se inaugura una exposición, se presenta un libro, se da un cóctel de no sé qué o unos premios de no sé cuántos, en fin un no parar. A veces coinciden hasta tres o cuatro actos a la misma hora el mismo día en diferentes sitios, un sin vivir oigan.

Uno tiene fama de ser persona con criterio propio y manifestarlo con más o menos maquillaje, eso me ha acarreado no pocos dolores de cabeza en mi vida, pero como diría Jessica Rabbit: ¿Qué culpa tengo yo si me dibujaron así? La edad te va otorgando cada vez más independencia, o sea, que cada vez te importa menos la opinión de la gente. Vas seleccionando eventos que no te aburran. Las fuerzas también van menguando, eso se nota en que cuando te pasas de copas ya cuesta dos o tres días recuperarte. Recuerdo cuando de joven me iba un sábado de farra con los colegas y por la mañana a las nueve estaba el tío con el macuto listo para ir a jugar al campo de San Benito.

Siempre he dicho que de mayor me gustaría retirarme a una casona de piedra en el valle de Liébana, a escribir y leer ante la chimenea con dos mastines a los pies. No del todo. Lo que de verdad me gusta es entrar en una buena barra de Sevilla y que el camarero me diga: “Don Javier ¿lo de siempre? Por cierto, enhorabuena por su último artículo, nos ha gustado mucho a todos” o que te pare alguien por la calle (me ha pasado, lo juro) y te diga lo que le ha gustado y como le ha emocionado tu último libro (un beso a la madre de Antonio Brea).

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