La tribuna

Efecto capital: envidias y complejos

Efecto capital: envidias y complejos
Luis G. Chacón Martín
- Analista Financiero

Resucita el señor Illa esa idea tan cara a los nacionalistas catalanes y a la izquierda de que las políticas fiscales de la Comunidad de Madrid “alteran la competencia entre territorios, lo que sumado al efecto capitalidad que les favorece, perjudica al resto de España”. Al menos, ya no les roba toda España, sólo la capital. Y resulta sorprendente que la competencia que fomenta mercados eficientes y creadores de riqueza, se convierta en maléfico dumping fiscal si la desarrolla un adversario político. Acusación recurrente que no se sostiene. IVA y Sociedades son estatales y el tramo autonómico del IRPF junto al posible impacto de Sucesiones no justifican esa alarma artificial que sólo pretende ocultar la decadencia de una región provocada por la miopía de sus propios dirigentes.

El efecto capitalidad existe. Sería ridículo negar el beneficio que supone para una ciudad la presencia de instituciones públicas que actúan como reclamo para empresas y organismos privados que atraen talento e inversiones aumentando las oportunidades de empleo y mejorando significativamente las infraestructuras. Pero también provoca inconvenientes. El coste de la vida es superior y la aglomeración de residentes reduce la calidad de vida e intensifica la presión sobre los servicios públicos. Efecto beneficioso y nocivo que también se observa en las capitales de Comunidades Autónomas, como la propia Barcelona, provincias y hasta comarcas. El simple hecho de ser cabeza de partido judicial genera efectos positivos y negativos innegables.

Pero resulta mezquino y grotesco concluir que el dinamismo económico y social de Madrid, que ha coincidido en estos últimos lustros con un claro anquilosamiento y declive de Barcelona, sea consecuencia única de su condición de capital de España. Madrid lo es hace siglos y no siempre ha sido la región más rica.

El profundo cambio en nuestra organización territorial que supuso la creación de las Comunidades Autónomas dio lugar a una descentralización generalizada. Y sin embargo, durante el franquismo, con una estructura de poder muy centralizada, Cataluña tuvo un desarrollo más vigoroso que el que se produjo en la capital. Influyó que la dictadura favoreciera a Cataluña, junto al País Vasco, más que a cualquier otra región. Pero ese trato de favor a la burguesía catalana que apoyó de modo entusiasta la dictadura, no es óbice para evidenciar que creciera más que el resto de España. Baste recordar que entre 1943 y 1979 Barcelona y Valencia disfrutaron de un duopolio para celebrar ferias internacionales y sin embargo, algo habrá hecho bien Madrid y mal Barcelona, si el impacto económico actual de Ifema es muy superior al de la Feria de Barcelona.

Cualquiera que analice, desde el punto de vista no sólo económico, sino social y cultural, el último cuarto del siglo XX encontrará una Barcelona mucho más dinámica que Madrid. Además, su posición geográfica, su clima y su historia mercantil son ventajas de las que Madrid no disfruta.

Sin embargo, todo cambió hace unos años. Barcelona, y toda Cataluña, se han convertido en un lugar donde es muy difícil hacer negocios. La combinación del nacionalismo excluyente, la imposición lingüística, las trabas burocráticas excesivas y un clima social anticapitalista e intelectualmente favorable a las teorías del decrecimiento no crean el mejor caldo de cultivo para inversores, emprendedores y empresarios que huyen buscando lugares más acogedores como Málaga, que sin ser capital más que de una provincia, es hoy ejemplo de crecimiento. Aun con todos los problemas que ello pueda acarrear y a los que hay que dar solución para reforzarlo, esa realidad confirma que ciudades y regiones crecen porque se vuelven competitivas y atractivas, no porque se las subvencione, ni se las proteja. Algo que la burguesía catalana siempre ha perseguido, consiguiendo en demasiadas ocasiones. La política contraria al mercado de la Cataluña actual es un fiasco que no se soluciona pidiendo protección política al estado. El problema de Cataluña no está, parafraseando a Shakespeare, en las estrellas sino en ellos mismos.

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