Diversas especies de plantas pertenecientes al género Ficus, término latino de raíces fenicias y hebreas que deriva en higo e higuera, se hallan presentes en Sevilla desde hace décadas e incluso más de un siglo, quedando sus ejemplares ligados a plazas, jardines o edificios emblemáticos. Una de ellas es la higuera australiana de Bahía Moretón (Ficus macrophylla), con árboles de porte grandioso que nos sorprenden desde 1912 en los Jardines de Murillo; desde 1921 en la Plaza del Museo; desde 1925 en la Plaza del Cristo de Burgos, provenientes del Parque de María Luisa, donde existen otros longevos; desde 1970 junto al foso de la antigua Fábrica de Tabacos, hoy Universidad... El foso era una estructura defensiva que se llenaba con el agua del Tagarete que discurría en sus proximidades, necesaria por la situación extramuros de dicha industria tabaquera, impidiendo en buena parte la salida fraudulenta de tabaco desde el interior del recinto dieciochesco y también el asalto de individuos con intenciones de sustraer este valioso producto originario del Nuevo Mundo, en franca expansión por el territorio europeo en aquella época.
Un ciudadano con profundos sentimientos paternales y botánicos solicita en 1970 al Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Sevilla la plantación de un árbol con motivo del nacimiento de su hijo. A pesar de que la petición parezca sorprendente, el Consistorio acepta y se procede a plantar un Ficus macrophylla en la calle Palos de la Frontera, pegado al foso, en un enclave de marcado carácter histórico-artístico entre tres edificaciones monumentales: el Palacio de San Telmo, el Hotel Alfonso XIII y la Fábrica de Tabacos. El progenitor echaría las primeras paladas de tierra con mantillo en el espacioso parterre donde hoy se erige señorial el ficus dedicado a su vástago, que ha alcanzado una altura de unos quince metros y un diámetro de copa que se acerca a los veintiocho, mostrándonos su selvática figura con raíces aéreas ancladas en vertical al suelo y otras superficiales que se extienden con amplitud a su alrededor. Se le conoce como el ficus del foso porque muchas de sus ramas se asoman a él y se dejan caer sumisas casi hasta el fondo, ofreciéndonos una panorámica espectacular. No sé si este proceso de apadrinamiento arbóreo ha sido más o menos frecuente en Sevilla, como sí lo ha sido en localidades como Tomares, la cual posee numerosos árboles derivados del programa desarrollado entre 2008 y 2010 titulado “Un niño, un árbol”: un ejemplar plantado por cada recién nacido empadronado, con su nombre grabado en una placa cerámica en su base. Desconozco las identidades de ese padre y de ese hijo, cuyo natural amor paternofilial ha quedado integrado en el espléndido ficus del foso. Al pasar por sus cercanías o cobijarme bajo su esplendorosa copa, recuerdo ese feliz acontecimiento que me hace olvidar por momentos la incomprensión que sufren a menudo los árboles por parte de los seres humanos.