El gran negocio de la cultura

La tribuna

El gran negocio de la cultura
El gran negocio de la cultura

25 de mayo 2025 - 03:13

Esta semana en una presentación del “estado de la cuestión cultural”, el presidente del Gobierno, amparado por cinco ministros, aseguró que la cultura no es ningún capricho sino un gran negocio que produce más movimiento económico y cifras más saludables que la industria textil o el turismo, pues por cada euro invertido se genera un euro con setenta céntimos. Lo he leído varias veces a ver si me dejaba convencer o lograba entender por qué si el asunto estaba tan claro y las cuentas son tan precisas, no invertimos el 100 por 100 de nuestros dineros en la cosa, para que de repente cada millón genere millón setecientos mil euros, y diez millones se conviertan en diecisiete y cien en 170.

Intuyendo que la cosa no es tan sencilla me procuré el estudio en que se basaba el presidente para enarbolar tanto optimismo y sugerir que, dadas esas cifras, no se trate a la cultura –o industria cultural– con paternalismo. La petición era indudablemente paternalista, del mismo modo que quien dice “no me obligues a amenazarte”, está ya amenazando. El documento publicado es un guirigay exquisitamente diseñado para que uno no se entere de nada salvo de que vivimos en el país con más actividades culturales del mundo (y como en todos los documentos de la misma índole cuantificadora lo que importa es el tamaño, ni una palabra acerca de la calidad). Una verbena en la que toque una orquesta pésima computa lo mismo que el concierto de un as del violín o una mezzosoprano exquisita. Llega uno, dada la inclusión, con toda justicia, de magos y prestidigitadores, a echar de menos que no se compute también el dinero que se embolsan los trileros callejeros con su clásico “dónde está la bolita”.

Lo que parece evidente es que lo que define al sector cultural es su indefinición. La propia palabra cultura adolece de una extensión de significados tal que nunca sabemos bien de qué hablamos cuando hablamos de ella, a pesar de que varias universidades oferten ya “másteres” en “periodismo cultural” (como si todo el periodismo, todo, no fuera en sí mismo un hecho cultural evidente).

Pero es que aceptando que por cultura –o industria cultural– se entiende sólo lo que se produce en las fronteras de las Artes y las Letras, cabría preguntarse si lo que facturan técnicos de sonido, electricistas, equipos de limpieza, microfonistas, imprentas, reparti-dores y mensajeros, ingenieros informáticos, entra dentro de la industria cultural o los camiones que van de las distribuidoras a los puntos de ventas corren de cuenta del Ministerio de Transportes. Ante la falta de un Estatuto del Artista, que parece que tarda lo suyo en dejarse redactar, resulta imposible determinar qué cae del lado de “la cuestión cultural” y qué no, y parece evidente que esas inmensas ganancias que nos procura la cultura, según las cuentas que echan los encargados de demostrar que la tal cultura es además de lo que sea “por sí”, un espléndido negocio, no procede de la producción propia de lo que tenemos por Arte y Espectáculos, según se denominaba antiguamente en los periódicos a lo que más tarde acabaría denominándose Cultura, sino del incontrovertible hecho de que pertenecen a ese campo buena parte de lo que se produce sin necesidad de instituirse como “Cultura”. Por ejemplo, ¿hay quien discuta que la Semana Santa en Sevilla es una performance artística que deja en niñerías las performances de todos los artistas conceptuales del mundo? Y por supuesto que la fortuna que genera esa performance, con millones de visitantes, hoteles copados, restaurantes llenos, es inmensa y por lo tanto debe ser contabilizada en lo que los técnicos llamarían el sector cultural. Si le agregas San Fermín y Las Fallas, y los conciertos de verano y lo que se antoje, espectáculos deportivos incluidos, no es de extrañar que las cifras presentadas por el Gobierno sean tan optimistas y radiantes. Eso por no ponerse acaparador y meter en la bolsa de la cultura la construcción de puentes y edificios ciclópeos: la Arquitectura y la Ingeniería, a pesar de la cantidad de cálculos que tienen que hacer sus profesionales, deben admitirse en el campo cultural con el mismo derecho que las decenas de premios de poesía y narrativa por los que es conocido y anhelado nuestro país en toda América (no se entendería si no, que en cada uno de ellos nunca baje de mil el número de originales que optan a ganarlos).

Así las cosas, resulta enternecedor que para convencer a la gente de la importancia de la cultura se utilice la pragmática de la economía, como para decirnos: no solo nos hace mejores, también más ricos. Es como si contabilizaras como gasto en Defensa, todas las matrículas de los gimnasios donde la gente va a hacer artes marciales. No sería mucho para lo que nos pide la OTAN, pero toda ayuda será poca para llegar al 5 % exigido.

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