La tribuna

La isla del tesoro

La isla del tesoro
Carmen Silva

Amis hijas pongo por testigos de lo necesarias que considero las normas para vivir en paz (aunque ellas no saben que, a veces, siento un íntimo gozo cuando me las salto). Las de básico cumplimiento son las normas generales, fundamentales para tener una agradable convivencia, pero que, sin querer ser pesimista, cada vez menos gente ejercita porque es posible que ya ni siquiera las conozcan. Puntualidad, decoro, afabilidad, saber pedir y agradecer, cuidar la propiedad común, no agraviarse por todo, respetar a los mayores y a la autoridad, comportarse en la mesa, saber esperar… De primero de parvulitos. En otro orden están las normas autoimpuestas, que son enjundiosas porque con ellas intentamos medirnos a nosotros mismos. Puede que de estas tenga más de las que serían recomendables, pero como no es mi intención desnudarme en público, solo voy a contar una: nunca abandonar la lectura de un libro que he empezado. En verdad soy una estricta de pacotilla y me acojo a que cada regla tiene su excepción para saltarme esta autoexigencia con dos libros que, para colmo, son considerados obras maestras de la literatura del siglo XIX.

El primero es Moby Dick. Me aconsejan que lo retome, que entienda que es una genial obra de aventuras marinas y balleneras, y que trata temas como el idealismo, la religión, la política, el resentimiento, la heroicidad, la biología o la obsesión en todas sus manifestaciones. Y es precisamente todo ese gazpacho de intensidades lo que me genera un malestar que me rompe la armonía. Me agota. Así que se acabó, he roto definitivamente con él y no lo terminaré de leer jamás.

El otro es La Isla del Tesoro. Fascinantes personajes, una gran aventura, buen ritmo narrativo y el contexto histórico bien descrito, pero tiene algo que me genera desazón. Eso que subyace en la trama y que está contenido en el título: la isla y el tesoro.

¿Por qué los tesoros siempre están en islas desiertas de océanos remotos? ¿Por qué aparecen unos piratas contras los que debemos luchar? ¿Por qué le falta un trozo al mapa?

Sabemos que hay que buscar en el corazón de la isla, en la cueva más recóndita y que, para tener completo el necesitado mapa, debemos estar dispuestos a afrontar mil peligros. Tenemos la certeza de que esa fortuna está compuesta de oro y diamantes, es decir, de inalterabilidad. Su valor no depende del tiempo ni está sujeto a los cambios. Es como una promesa, que permanece inalterable hasta el final, sobreponiéndose a las circunstancias que se presenten. Por eso, el corazón de una persona leal es lo más parecido a un diamante. Pero resulta que prometer requiere autodominio y memoria. Las promesas las incumple quien se deja llevar y las olvida.

Reconozco que la culpa de que acabe exhausta con el dichoso libro no la tiene Robert Louis Stevenson sino yo misma, que obtusamente no dejo de trazar planes, mapas y rutas para encontrar el tesoro que busco: la promesa.

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