La tribuna

La moral del centauro

La moral del centauro
Mª Dolores Muñoz Fernández
- Helenista

En la mitología griega los centauros eran unos monstruos extraordinarios, híbridos entre hombre y caballo. Eran seres primitivos desenfrenados, que no respetaban norma ni ley alguna y que sólo respondían a los instintos más bajos y abyectos. Sólo alguna excepción combinaba la fuerza y el conocimiento de la Naturaleza de los animales y la inteligencia y sentimientos de los humanos. Era el caso de Quirón, quien fue educado por el dios Apolo, que establecía la moderación y la racionalidad como referentes indispensables para el comportamiento social e individual. Las máximas que rezaban en su oráculo de Delfos “conócete a ti mismo” y “nada en exceso”, señalaban los límites que todos debían respetar, independientemente de su jerarquía o naturaleza. Son valores universales y atemporales. De ahí que este centauro fuera un ser juicioso y sabio y de naturaleza amable y generosa. Era prudente y sus enseñanzas transmitían la sabiduría pedagógica de la filosofía popular. Pero, lo más importante, es que tenía moral. Por ello se le encargó la educación de muchos héroes, que posteriormente serían líderes, reyes o príncipes. Desde tiempos mitológicos, para la Antigua Grecia, la moral en el gobernante era imprescindible, pues garantizaba la cohesión social y la convivencia en razonable armonía.

Ni que decir tiene que las enseñanzas de Quirón no rigen para los gobiernos contemporáneos. Dentro de las fronteras nacionales, el ansia de poder, el mercadeo político, el afán de protagonismo y una ominosa adhesión a la mentira y a la corrupción han devorado los más profundos fundamentos éticos de la democracia. Abolidos el valor de la palabra dada, la igualdad entre autonomías, la coherencia en las acciones políticas y la confianza que ello genera en los ciudadanos, nos queda un remedo de “gobierno del pueblo”. Un amasijo de centauros fundido en una misma obsesión por el mando. El espectáculo bochornoso de manoteos e insultos sistemáticos en las sesiones institucionales, los tics nerviosos, como tocarse el botón de la chaqueta, el meneo del hombro mal combinado con el de la cadera o la risita sardónica, evidencian un desprecio absoluto por la gestión pública, la situación judicial, económica y de crispación social. La banalización de la corrupción y el eslogan “hemos venido para quedarnos”, de dudoso espíritu democrático, esconden el pánico a perder el poder que garantiza sus privilegios. Pues en democracia, el estar o no estar depende de los votantes y no de la ambición personal.

La idiosincrasia de un buen gobierno pasa por la moderación, el respeto, la coherencia, la asunción de responsabilidades, y la honradez. Urge un cambio de paradigma. Deberíamos exigir que los políticos que nos representen, sean del partido que sean, tengan una formación académica y unos conocimientos acordes con las responsabilidades que ostenten, pocos asesores, pero expertos en sus correspondientes materias de actuación y una profesión previa, a la que puedan retornar cuando ya no estén en el poder, de manera voluntaria o desalojados por las urnas. También es importante que se limite el tiempo de mandato, para evitar autocracias y el gobierno de facto de minorías. Para el orador y maestro de política ateniense, Isócrates (siglo IV a. C.) la solución a la degeneración de la democracia consistía en la reeducación de gobernantes y gobernados. Formarlos en la subordinación a la ley, la honestidad, la conciencia cívica, el respeto por los bienes ajenos, la rendición de cuentas, la sobriedad en las costumbres, la decencia y dejar en un segundo plano los intereses personales. Demasiada tarea para una horda de políticos toscos que pululan a sus anchas sin freno y sin vergüenza negando los numerosos escándalos que los acechan, señalándonos como país inestable y contradictorio.

Quirón fue un referente moral. En eso precisamente se diferenciaba de los otros centauros y también de muchos de nuestros políticos. Aun siendo un ente mitológico, su legado es universal, pues la sabiduría, la justicia, la filantropía, la prudencia y, especialmente, la moral son principios acordes con la naturaleza humana. Ciertamente, el magisterio del centauro y de Isócrates sería necesario para la clase gobernante. Así, quizá, podría dignificarse un poco nuestro maltrecho sistema democrático. Los paseíllos triunfales son efímeros, pero los daños, no. Platón alertaba de que “el precio de desentenderse de la política es ser gobernados por los peores”. Muchos han hecho eso.

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