La tribuna

Mis profesores de Genética

Mis profesores de Genética
Rosell
Juan Ramón Medina Precioso
- Biólogo

Afinales de septiembre de 1964, cuando faltaban tres meses para que cumpliese diecisiete años, me incorporé a la Universidad Central de Madrid para licenciarme en Ciencias Biológicas.

En el otoño de 1967, llegado al tercer curso, me fascinó la asignatura que nos impartía el ingeniero agrónomo Enrique Sánchez-Monje Parellada. Con extrema concisión, aquel catedrático se atenía a un libro de pastas duras y verdes, escuetamente titulado Genética, que había publicado seis años antes. Iniciaba su programa exponiendo las pautas de transmisión de los genes en los ciclos sexuales, luego las relacionaba con la conducta de los cromosomas durante esos ciclos y finalizaba con algunas nociones elementales sobre los ácidos nucleicos. Su enfoque de la Genética era esencialmente deductivo, iba directamente al meollo del asunto y no pretendía lucirse, ni seducirnos, sino que aprendiese el que quisiera. Se expresaba con total claridad y, aunque no ocultaba su simpatía con la religión católica y el régimen vigente, tampoco se arredraba ante los políticos. Cuando un alto cargo del Ministerio de Agricultura le espetó “menos cromosomas y más trigo”, le respondió que se necesitaban “más cromosomas para obtener más y mejor trigo”. Y luego comentó que “se necesita más tiempo para obtener una variedad de lo que dura un político en su cargo.” Y dando ejemplo de su sentido del humor, denominó “Tolosco” a una de las variedades de cereales que obtuvo. Se trataba de un acrónimo de “Tócame Los Cojones”, sin que me conste a quién se lo dedicó.

A mediados de 1971, dos años después de licenciarme, visité la Universidad de Sevilla para pedirle al biólogo e ingeniero agrónomo Enrique Cerdá Olmedo, ya catedrático de Genética, que me dirigiese una tesis doctoral. Para aceptarlo, me impuso que superase un cursillo de Genética Molecular que la Fundación Gulbenkian organizaba en su Instituto de Estudios Avanzados, sito en el pueblo de Oeiras. Allí nos atendió el profesor portugués Luís Archer, un sacerdote jesuita especializado en la materia. Conducía su automóvil como si tuviese mucha prisa por encontrarse con su Creador, pero, mientras llegaba ese momento, nos explicaba que no veía la menor dificultad en conciliar sus conocimientos científicos con la teología cristiana. De hecho, acabó convirtiéndose en un gran experto en Bioética.

Superado aquel cursillo, Cerdá me aceptó como doctorando. A diferencia de Sánchez-Monge, de quien había sido discípulo, iniciaba su programa por la Genética Molecular, hablándonos más de virus y bacterias que de guisantes. Era muy locuaz y brillante, prefiriendo que nos divirtiésemos con la Genética a que la aprendiésemos de forma sistemática. En una segunda etapa se concentró en impartir una asignatura optativa a un número muy reducido de alumnos con el innovador método de asignarles proyectos cortos de investigación experimental. Nos obligaba a los doctorandos a impartir un seminario semanal, en los que debatíamos de los temas más actuales. Y no simpatizaba con el régimen ni con la religión. Cuando unos agentes de la Policía entraron en el edificio persiguiendo a unos manifestantes, salió del aula gritando: “¡Avisad a la Policía, que unos hombres de gris están interrumpiendo las clases!” Y durante un debate en el Paraninfo con un sacerdote acerca de la virginidad de María, se preguntó de dónde había salido el cromosoma Y de Cristo, pues, exclusivo de los hombres, no podía haberlo heredado de su madre.

A principios de 1976, con una beca postdoctoral del gobierno francés, me incorporé a la universidad Paris VII. Mi supervisora era Claudine Petit, coautora de un libro, Génétique et Évolution, que yo había estudiado en Madrid para iniciarme a la Genética. Impartía en un francés muy elegante la parte de genética de poblaciones y evolución, prestando más atención a las nociones que a las matemáticas. Aunque se basaba en las apariencias de las moscas, había incluido algunas técnicas sencillas para detectar sus variaciones hereditarias en las proteínas. Tuvo que interrumpir sus investigaciones para participar en la resistencia a la invasión nazi, pero las recuperó finalizada la guerra.

Fallecido Cerdá recientemente, ya ninguno de mis profesores de Genética sigue vivo. Ha llegado la hora de que les agradezca públicamente lo mucho que me enseñaron.

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