Trabajadores de la cultura
Apesar de las advertencias paternas en sentido contrario, desde muy joven no dudé en prestar a otros integrantes de mi generación los libros o revistas que me solicitaban ocasionalmente. Coexistiendo en esta práctica una desinteresada vocación caritativa con la más egoísta del proselitismo de aquellos planteamientos que más entusiasmo suscitaban en mi ánimo, entre los que poblaban un heterogéneo catálogo de precoces lecturas.
Para ser fiel a la realidad, en una gran mayoría de casos, los depositarios de mis dádivas temporales procedieron puntualmente a su pronta devolución, siendo pocas las excepciones, protagonizadas precisamente por amistades muy apreciadas.
Entre las más recientes, se encuentra la de mi colega de profesión docente –y compañero de fatigas en la defensa de nuestros derechos laborales– Víctor García Moreno. Doy por hecho que, en algún recóndito lugar de su casa o de uno de los domicilios familiares que frecuenta en vacaciones, reposarán los primeros números de una publicación cultural que le cedí hace años.
Lejos de aprovechar esta atalaya para reclamarle llamativamente su retorno a las saturadas estanterías de mi hogar, consagro esta tribuna al homenaje a la tarea que desarrolla en su calidad de presidente del Foro Rey Fernando III. Nos referimos a una entidad cívica que, en su corto recorrido, ha logrado ya captar la atención de los medios, por su encomiable labor de reivindicación de la personalidad histórica del monarca canonizado que ostenta el patronazgo de una Sevilla más volcada hacia las devociones marianas que a la de santos posteriores.
La revista perdida, que espero haya satisfecho al menos el insaciable afán de saber de Víctor, luce el nombre de un conocido ensayo del filósofo alemán Ernst Jünger y constituye uno de los muchos ejemplos de papeles impresos que apenas llegan a los cada vez más escasos puntos físicos de venta. Unos quioscos y librerías a los que muy difícilmente acceden los productos de aquellas iniciativas editoriales cuya modestia financiera les impide gozar de un aparato adecuado de distribución.
Esta “voz del pensamiento crítico”, como se autodefine en su cabecera, cumple ahora su vigésimo número, recién salido de máquinas, con un amplio dossier central, dedicado a una serie de entrevistas a trabajadores de la Cultura, en el que he tenido el placer de formar parte.
Tal y como aclaro en las respuestas que podrán consultar los compradores, se trata de un título exagerado, dado que mi vínculo con la actividad cultural responde básicamente al ejercicio de una afición y no al del trabajo diario que me garantiza el sustento.
Vaya no obstante el agradecimiento a los redactores por concederme el inmerecido galardón de compartir mis opiniones junto a artículos siempre esclarecedores de cuestiones que pasan desapercibidas para la gran prensa. Como la de la silenciada situación de los cristianos palestinos, sobre la que, aparte del lúcido Juan Manuel de Prada, pocos creyentes españoles se pronuncian en público.
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