El destino es una forma de poner nombre no solo al encadenamiento de los sucesos, dispuestos por la desconocida fuerza del hado, sino también al resultado de los propios actos hechos con plena consciencia o por las mecánicas resoluciones del inconsciente. Y las coincidencias pueden resultar del azar, esa otra manera de mentar las casualidades que no pocas veces son, más bien, causalidades.
Destino o coincidencia, cierto es que a tres reinas medievales las vincula el infortunio y la tristeza. Una es María de Portugal (1313-1357), casada con el rey Alfonso XI de Castilla. Otra Leonor de Castilla (1309-1358), reina de Aragón e infanta de Castilla, que casó con el rey Alfonso IV de Aragón. Y falta Blanca de Borbón (1335-1361), la más joven, aunque es cercano el año de su muerte a los de las otras dos reinas, casada con el rey Pedro I de Castilla. Este monarca determina, entonces, un vínculo tanto familiar como trágico. En lo familiar, es hijo de María de Portugal, sobrino de Leonor de Castilla –hermana de su padre, Alfonso XI– y esposo de Blanca de Borbón. Y de las tragedias se contará algo más en el caso de cada una de estas tres tristes reinas.
Entre las razones mayores de la tristeza de María de Portugal está el largo y fecundo concubinato de su esposo, Alfonso XI, y Leonor de Guzmán, con una prole de favorecidos bastardos entre los que figura el después Enrique II de Castilla, tras asesinar a Pedro I, también hijo de Alfonso XI con María de Portugal.
Leonor de Castilla, por acuerdo de su padre Fernando IV de Castilla y el rey Juan II de Aragón, había de casar con el primogénito de este último, Jaime, que abandonó la ceremonia nupcial, en 1319, e ingresó poco después en la Orden de San Juan de Jerusalén. Si bien, transcurridos diez años, en 1329, fue segunda esposa del rey Alfonso IV de Aragón, el Benigno. Tras la humillación de su primera alianza fallida, Leonor pretendió imponerse a su débil marido, con el que tuvo dos hijos, los infantes Fernando y Juan, a los que procuró patrimonio e influencia, además de desplazar a los herederos del rey Alfonso IV, nacidos de su primer matrimonio.
Y Blanca de Borbón llega de Francia a Castilla en 1353, para la celebración del acordado matrimonio con Pedro I de Castilla, que la abandona pocos días después de la boda y ordena mantenerla confinada y después encarcelada hasta su muerte, por razones provenientes de los hechos y de la leyenda: los primeros pueden corresponder al impago de la dote matrimonial, y la segunda cuenta el posible embarazo de Blanca, acompañada por Fadrique, hermano bastardo de Pedro I, desde el paso de la frontera hasta Valladolid, para la ceremonia del matrimonio.
Precisamente el rápido abandono de Pedro I a su esposa y la decisión de confinarla dieron buena excusa a los grupos nobiliarios disconformes con el rey y aliados, sobre todo, a su medio hermano Enrique. María de Portugal y Leonor de Castilla se unen a esta alianza rebelde con el propósito de reclamar al rey que libre a Blanca de Borbón y tenga vida marital con ella, cuando el propio monarca ya mantenía relaciones con María de Padilla, de la que había tenido una hija.
Pedro I, profundamente contrariado con la posición de su madre y de su tía, partidarias de los rebeldes, se apartó de su madre, María de Portugal, embargada esta al saberse utilizada en los levantamientos nobiliarios. Y la reina volvió a Portugal, donde pudo morir de envenenamiento –otra vez la leyenda– por resolución de su padre, el rey de Portugal Alfonso IV, al que no pareció gustarle el comportamiento de su hija. La tía del rey, Leonor de Castilla, fue ejecutada por orden de su sobrino, en el castillo de Castrojeriz, donde se encontraba presa. Y Blanca de Borbón, esposa de Pedro I, estuvo sucesivamente confinada en Arévalo, Toledo, Sigüenza y Medina-Sidonia, donde pudo ser asesinada por orden del propio rey Pedro I.
Tres tristes e infaustas reinas, en fin, que por razones de destino o de coincidencia, matices aparte, coexistieron e incluso tuvieron oportunidades de encontrarse antes que la muerte, aliada con Pedro I, las reuniera en su mortal recluta.