Dios creó a la mujer... Y el diablo a B. B.
Fallecida a los 91 años, Brigitte Bardot no fue solo una actriz, fue sobre todo un mito y un símbolo
Muere la actriz y cantante francesa Brigitte Bardot a los 91 años
Brigitte Bardot, la B.B., fallecida a los 91 años, no fue solo una actriz, fue sobre todo un mito y un símbolo. De la mujer moderna de finales de los años 50 y los 60. De la libertad sexual tal y como la entendían de una parte los progresistas y de otra la moda, el consumo y la industria del cine. Y hasta de la mismísima Francia, pues por iniciativa de Charles de Gaulle dio sus rasgos a Marianne, la encarnación de la República tocada con gorro frigio, en sellos y hasta en un busto esculpido por Alain Aslan en los talleres de escultura del Louvre que, seriado, presidió más de 8.000 ayuntamientos franceses.
De Gaulle era un obseso de la grandeur de Francia. Y también un hombre. El francés admiraba la fama mundial que la Bardot había dado a Francia y las puertas que había abierto a su cine en todos los mercados internacionales desde que en 1956 se estrenó Y Dios creó a la mujer (en todos menos en el español, por supuesto, donde estuvo prohibida hasta 1971); especialmente -aborreciendo tanto el general a los Estados Unidos- las puertas del mercado americano que se rindió a B. B. cayendo en lo que se llamó la bardotlatría. En cuanto al hombre, no es necesario decir nada: la Bardot incendió el mundo de deseo. Por eso cuando el general la invitó a una recepción en el Elíseo, Yvonne de Gaulle, su mujer, se opuso firmemente diciendo: “Ni se te ocurra que esa mujer que se pasea desnuda pise el palacio de la República”. Pero lo pisó. Y de forma explosiva: pantalones (siendo el traje largo lo exigido por el protocolo) y melena rubia suelta cayendo sobre una casaca negra profusamente adornada con pasamanería, cordones y botones dorados imitando una casaca militar. “He aquí a un militar vestido de civil recibiendo a una civil vestida de militar”, le dijo un derretido de Gaulle que poco después ordenó que la República tuviera el rostro de la Bardot.
Valga la anécdota para perfilar este raro carácter de B. B., mucho más importante como mito y como símbolo que como actriz. Esta hija de una ilustre, adinerada, conservadora y estricta familia –“fui educada por padres de derechas, de una burguesía austera, que me dieron una educación muy estricta: he sentido la fusta, iba a una escuela católica, estaba vigilada por una gobernanta, hasta los 15 años nunca pude salir sola a la calle”- que se sintió fea de niña y adolescente, postergada por una hermana favorita, pésima estudiante y aspirante a bailarina que empezó a encontrarse a sí misma cuando, tras vencer la resistencia familiar, se inscribió en los cursos del duro y prestigioso bailarín y maestro de danza Boris Kniaseff. No tuvo mucha fortuna como bailarina, pero sí como modelo. En 1949 fue portada de Elle, llamando la atención del director Marc Allegret, que preparaba una película con Roger Vadim como guionista. La fascinación de la chica de 14 años por el cineasta fue paralela a la de este por ella. Los padres se opusieron a que probara suerte en el cine, pero la defendió su abuelo con una frase que se haría famosa: “Si la pequeña decide algún día ser una puta, lo será con o sin el cine. Si decide no ser una puta, no será el cine quien la haga cambiar”.
En 1952, cumplidos los 18 años, se casó con Vadim e inició su carrera cinematográfica con modestos papeles secundarios. Hasta que en 1956 Marc Allegret como director y Vadim como guionista le dieron su primer papel importante en Desojando la margarita. Tras la que explotó Y Dios creó a la mujer, dirigida por su marido y estrenada en París en noviembre de 1956 –“Dios creó a la mujer… Y el diablo a B. B.” decía la publicidad- sin mucho éxito y algún escándalo, solo defendida por algunos jóvenes críticos de Cahiers du Cinéma. Pero se estrenó con gran éxito y escándalo en Nueva York, Londres y Berlín: la bomba Bardot estalló allí antes que en Francia. Repuesta en su país, arrasó, ahora sí, las taquillas y fundó el mito Bardot. Solo con una película se convirtió en la actriz mejor pagada del cine francés. En 1958 firmó con el productor Raoul Lévy el más fabuloso contrato del cine francés: cuatro películas por las que cobraría 12 millones de antiguos francos franceses por la primera, 15 por la segunda, 30 por la tercera y 45 por la cuarta.
El mito B. B. había explotado. Pero, en un caso creo que único en la historia del cine, en toda su carrera no rodó más que tres grandes películas y una obra maestra. Todo lo demás fueron éxitos, por supuesto, porque bastaba su nombre. Pero también mediocres y a veces malas películas, perfectamente olvidables si no fuera por ella, dirigidas por Vadim -su primer marido y descubridor además de un pésimo director- y por realizadores menores como Christian-Jacque (Babette se va a la guerra, Las petroleras), Eduard Molinaro (Adorable idiota), Serge Bourgignon (Yo soy el amor), Jean Aurel (Las mujeres), Michel Deville (La muñeca y el bruto) o Nina Companeez (La divertida historia de Colinot), a cuyas órdenes interpretó su última película en 1973, retirándose del cine con 40 años para dedicarse a grabar discos (algunos con Sacha Distel y los más interesantes con Serge Gainsbourg, que le compuso e interpretó con ella Je t’aime… moi non plus, siendo prohibida su difusión por el entonces marido de la Bardot, Gunther Sachs y posteriormente lanzada por Gainsbourg con Jane Birkin) y al activismo social, desde sus aplaudidas campañas animalistas a sus criticados flirteos con la extrema derecha. Mayor interés -aunque no para tirar cohetes- tuvieron sus trabajos con Robert Enrico en El bulevar del ron junto a Lino Ventura y con Edward Dmytryck en Shalako junto a Sean Connery. Por tratarse de la gran novela de Pierre Louÿs que antes Von Sternberg y después Buñuel llevaron al cine con mayor acierto, y por estar en parte rodada en Sevilla, podría destacarse La mujer y el pelele que rodó sin mucho tino Julien Duvivier.
Las únicas tres grandes películas que interpretó fueron En caso de desgracia de Autant-Lara, La verdad de Clouzot y Vida privada de Malle, que la volverá a dirigir en su fallido episodio William Wilson de Historias extraordinarias y, junto a Jeanne Moreau, en la muy taquillera pero también fallida ¡Viva Maria!. A lo que puede añadirse una breve apariución en El testamento de Orfeo de Cocteau.
La única obra maestra de su carrera fue El desprecio de Godard. Nunca sus posibilidades como actriz fueron tan potenciadas por un tratamiento que deconstruía y reconstruía a la vez el mito de B. B., nunca su cuerpo fue filmado como si la cámara fuera el pincel de Ingres, a quien tanto admiraba Godard, nunca su belleza fue tan dulce y emocionantemente cantada como en el Tema de Camille que Georges Delerue le dedicó. La Bardot, como símbolo y como mito, pertenece a la historia del cine y la cultura popular. Pero gracias a Godard, que también le reservó un pequeño papel en Masculino/Femenino, figura también entre las actrices inmortalizadas por una obra maestra.
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