Jane Austen: el mundo baila

250 aniversario de Jane Austen

El 16 de diciembre se celebra el 250 aniversario de la escritora británica, figura clave en la consolidación de la novela en lengua inglesa y creadora de un imaginario vigente y cautivador

Parménides en la Selva Negra

Fragmento del retrato de Jane Austen realizado por su hermana Cassandra en 1810.
Fragmento del retrato de Jane Austen realizado por su hermana Cassandra en 1810. / BBC
Pablo Bujalance

14 de diciembre 2025 - 06:59

La máxima de que a menudo no importa tanto lo que nos digan los clásicos, sino lo que nosotros digamos de ellos, alcanza su plenitud en Jane Austen. En no pocas librerías y bibliotecas públicas seguimos encontrando su obra en las estanterías reservadas a la novela romántica, y podemos poner sobre la mesa argumentos decisivos a favor de esta decisión. Al mismo tiempo, otro criterio no menos respetable nos llevaría a ubicar sus títulos junto a los de Shakespeare, Chaucer y Sterne con la mayor fiabilidad. Que un clásico indiscutible preserve a su vez una adscripción tan elevada a la literatura popular, reforzada en las últimas décadas gracias a las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Austen, entraña una paradoja irresoluble para muchos, pero lo cierto es que la autora de Sentido y sensibilidad es a la vez esa autora ligera, sutil, limpia, ajena a las élites y, al mismo, la pieza que hizo posible la definición de la novela como medio autónomo en el puzle de la literatura en lengua inglesa, una cuenta que había quedado pendiente desde Shakespeare. Austen vino al mundo en la rectoría de Steventon (Hampshire) el 16 de diciembre de 1775, con lo que la celebración de su 250 aniversario se presenta como una ocasión idónea para volver a su obra y decidir qué hacemos con ella, qué estantería le reservamos. De entrada, la conmemoración ya ha venido celebrándose a lo largo de todo este 2025 con varias reediciones de sus títulos y multitud de ensayos, biografías y novelas gráficas, solo en España. Hay aquí una premisa clave, y es que Austen sigue siendo no solo una autora leída, también querida. Y tiene todo el sentido: pocas lecturas, incluidas las de sus novelas más oscuras, son capaces de prodigar una emoción tan afín a la felicidad.

Austen hizo posible la definición de la novela como medio autónomo en el puzle de la literatura en lengua inglesa

Muy a pesar del legendario comienzo de Orgullo y prejuicio (“Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa”), Austen no ambicionó universalidad alguna. De hecho, únicamente cabe recibir esta primera frase de la novela desde la ironía más fina. El mundo de sus historias es siempre el mismo: el suyo. Hija del reverendo George Austen y de su esposa Cassandra, séptima hija de ocho hermanos, creció en los códigos propios de la burguesía agraria de la Inglaterra de su época. Austen conoció de lleno la Regencia británica, un periodo marcado por las grandes (y a menudo caprichosas) infraestructuras promovidas por la monarquía en las ciudades más importantes del país, que a menudo tuvieron que hacerse cargo de su financiación. Como consecuencia directa, estas urbes imperiales atravesaron una notable crisis que facilitaron un cierto esplendor en el mundo rural inglés. Se trató, sin embargo, de un apogeo efímero. El de Jane Austen es un mundo que llega a su fin o que, al menos, intuye el cambio profundo que la recién emprendida Revolución Industrial traerá consigo. Pero, quizá como ejercicio de resistencia, este mundo se aferra a sus principales signos de identidad: las apariencias, las propiedades, las convenciones y los mecanismos de ascenso social, entre los que destaca, muy especialmente, el matrimonio. Este es el mundo de Jane Austen y el de sus novelas: la autora no necesita imaginar otras realidades para crear arquetipos que serán universales por motivos que, como sucede con los clásicos, escaparán de su entendimiento y de cualquier posible opinión que hubiera podido mantener al respecto. Es aquí, en esta Inglaterra en transición, donde Austen crea personajes inolvidables que serán replicados una y otra vez hasta hoy, eficaces siempre, perfectamente acabados en sus encrucijadas emocionales, de una humanidad tan aplastante como conmovedora. Nunca antes la novela inglesa había llegado a alumbrar personajes de una definición tan asombrosa. Y nunca desde entonces ha sido capaz de proponer una revolución equivalente.

Sus personajes están perfectamente acabados en sus encrucijadas emocionales, de una humanidad aplastante

La biografía de Jane Austen atraviesa sus novelas de manera transparente y fértil. Su vida fue procelosa y difícil, especialmente a partir del obligado traslado familiar a Bath en 1800, lugar que detestó siempre y en el que se sintió profundamente desdichada. Austen no contrajo nunca matrimonio, con lo que permaneció cerca de su familia hasta el final. Tampoco lo hizo su única hermana, Cassandra, su principal confidente y su apoyo proverbial en sus años más difíciles. Afirmada en su vocación de escritora, especialmente tras la lectura de Henry Fielding y Samuel Richardson, hizo de la producción novelística instrumento para garantizar su independencia y para contribuir al sostenimiento familiar, de manera decisiva tras la muerte de su padre en 1805. Sus primeros textos, escritos a modo de pasatiempo familiar a partir de 1787 y trufados de parodias de los grandes títulos del momento, quedaron recogidos en el volumen Juvenilia, publicado de manera póstuma, al igual que gran parte de su obra.

Keira Knightley, en la adaptación cinematográfica de 'Orgullo y prejuicio' dirigida por Joe Wright en 2005.
Keira Knightley, en la adaptación cinematográfica de 'Orgullo y prejuicio' dirigida por Joe Wright en 2005.

Entre 1794 y 1795, cuando ya había fijado gran parte de los argumentos de las que serían sus grandes novelas, escribió también La abadía de Northanger, la primera que logró vender a un editor con el título Susan (quien, sin embargo, descartó publicarla finalmente). En 1811 sí llegó a las librerías Sentido y sensibilidad, que apareció firmada By a Lady y que le reportó un gran éxito, revalidado en 1813 con Orgullo y prejuicio. En estos casos, Austen se había reservado los derechos de publicación de sus obras a cambio de hacerse cargo de los costes de la edición y asumir los riesgos, aunque para Mansfield Park (1814) la autora sí decidió vender los derechos a la editorial. La jugada no le salió bien: el sello vendió aún más ejemplares que con las anteriores novelas, pero Austen recibió una liquidación ridícula en comparación. Para entonces, la identidad de la creadora de aquellas historias era un secreto a voces y la escritora apostó por aprovechar el tirón con un nuevo órdago: convencida de que habría más lectores para Mansfield Park, pagó por su cuenta una segunda edición que constituyó un fracaso del que no se repuso hasta la publicación de Emma en 1816. Para entonces, los síntomas de la enfermedad de Addison, causante de la insuficiencia renal que terminaría con su vida, ya se habían manifestado con dolores agónicos. Sin embargo, Austen tuvo tiempo de terminar su última novela, Persuasión, antes de morir el 18 de julio de 1817 en Winchester. Tanto Persuasión como La abadía de Northanger aparecieron publicadas de manera póstuma en 1818. En los años siguientes lo hicieron dos novelas inacabadas, Los Watson y Sanditon, así como, en 1871, la primera versión de Lady Susan.

La primera novela que logró publicar, 'Sentido y sensibilidad', apareció firmada 'By a Lady'

Desde entonces, la recepción crítica de la obra de Jane Austen ha tenido que dirimir entre dos bandos supuestamente enfrentados: la que encuentra en sus novelas una representación conservadora y conformista de la sociedad de su tiempo, así como de sus instituciones; y la que reconoce a la autora cierto grado pionero del feminismo, en consonancia con autoras como Mary Wollstonecraft. Lo cierto es que ni Emma Woodhouse, ni Elizabeth Bennet ni ninguna de las heroínas de Jane Austen amenaza con poner en peligro la institución matrimonial de la Inglaterra georgiana: todas las novelas acaban en boda, si bien, como sucede a menudo con las comedias de Shakespeare, a menudo cabe la sospecha acerca de si ese final es el más feliz posible. Por otra parte, hay una reivindicación clara en Jane Austen respecto a la mujer en un doble sentido: su capacidad de decisión para casarse por amor, independientemente de los bienes familiares y los ascensos sociales puestos en juego; y, sobre todo, su definición como sujeto merecedor de una educación emancipadora, cuestión sobre la que Austen, hija de un instructor que no dudó en recibir en su casa parroquial tanto a alumnos como a alumnas, se mostró siempre sensible.

Harold Bloom advierte, con razón, que la ironía de Austen puede condicionar la percepción de su obra

Escribió Harold Bloom sobre Jane Austen en su colección de Genios: “Como Shakespeare, Austen es una lectura gratificante en cualquier nivel de intensidad. La cuestión de lo estimado y de la estimación, del yo y de los demás, está en el centro de la visión de Austen. Aunque también es crucial en Shakespeare, la magnitud de sus ironías obstaculiza nuestra percepción, cosa que nos permite ser escépticos ante el valor o los valores de un determinado personaje de sus obras”. En su reciente ensayo El ideal masculino en Jane Austen, la escritora Catalina León sostiene: “Jane Austen miró por la ventana y nos contó lo que veía. Lo hizo a su manera. Utilizó su talento y lo adobó del sentido del humor, de ironía, de todo el conocimiento que había adquirido en sus lecturas […]. El paso de los siglos no ha atemperado su fuego, todo lo contrario, lo ha avivado para todos nosotros”. En un mundo carente de ironía, tal virtud es, sin embargo, la que más y mejor nos permite disfrutar a Jane Austen como una autora viva, capaz de resonar en el presente. Sus novelas son el baile de sociedad que comparten sus personajes, la fiesta de la identidad y su negación, el desfile entre lo que se es y lo que se pretende ser. Y seguimos bailando. Seguiremos.

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