Javier Ruibal: “Estamos siempre cantando para nosotros mismos, para decirnos cosas que igual no somos capaces de pronunciar solo hablando”
JAVIER RUIBAL | Cantante y compositor
El gaditano Javier Ruibal vuelve a los escenarios sevillanos con ‘Saturno Cabaret’, una obra que mezcla música, teatro y danza para reflejar, con humor y sensibilidad, las luces y sombras de la posguerra española. El montaje llega mañana al Teatro Alameda dentro de la programación de otoño del Ayuntamiento
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Con más de cuatro décadas de trayectoria, Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955) se ha consolidado como una de las voces más singulares y queridas de la canción de autor en español. Su música, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre la copla y el jazz, ha tejido un universo propio donde el humor, la poesía y la emoción se entrelazan con una mirada crítica y profundamente humana. Mañana, en el Teatro Alameda, Ruibal presenta Saturno Cabaret, un ambicioso espectáculo escénico-musical ambientado en la Barcelona herida de los años cincuenta, donde la resistencia, la belleza y la dignidad colectiva se dan cita entre humo y copas bajo los focos de un cabaret imaginario..
Pregunta.-Saturno Cabaret sitúa su acción en una Barcelona de posguerra, una época de la que están resurgiendo muchos elementos indeseables en la actualidad, muchos paralelismos. Muchas emociones y contradicciones humanas de aquellos años cincuenta resuenan con fuerza en nuestra sociedad actual ¿Hay algo de advertencia o de espejo en el espectáculo?
Respuesta.-No pensé que iba a ser así, pero al final te das cuenta de que hay una parte de la sociedad que no es nada consciente de la dureza que tuvo aquel tiempo. Y de pronto invoca mano dura, autoridad, cierre de fronteras, inmovilismo... Creo que hay una ignorancia social e histórica que nos puede jugar una mala pasada. No todo el mundo, claro, pero hay un montón de gente muy taruga y muy energúmena que está empeñada en que conozcamos a doña Isabel la Católica personalmente.
P.-El cabaré, en su esencia, siempre ha sido un refugio de libertad y de ironía, un desahogo incluso. Ese espacio tan simbólico supongo que lo habrá elegido usted por algo. ¿Hay hoy espacios de escape y creación comparables a aquellos cabarés?
R.-Que digan tanto en un tiempo tan difícil, no. Hoy resultaría todo muy inocente. Imagínate los chistes que se contarían y las cosas que se dirían… Todo muy modoso, muy acomodado a las dificultades y prohibiciones. No creo que haya hoy un espacio que supere lo que le daba al público un cabaré. Era un foco de luces, fantasía, lentejuelas, alegría, bromas. En fin, sacarse las penas un rato. Era casi medicinal. No creo que ningún macroconcierto actual sea tan bueno para el cuerpo, la cabeza y el alma como aquellos rincones de libertad.
P.-En la puesta en escena mezcla música, palabra y danza. Creo que su hija Lucía también participa como bailarina.
R.-Sí, hay un par de bailarines, David Nieto y mi hija Lucía. Entran y salen, liando el remolino propio del cabaré, bailando lo mismo una salsa, una samba que un boogie-boogie, y eso da mucho juego. Ahí los bailarines tienen una función muy importante. Los músicos estamos delante, con la cartela típica, el logotipo de Saturno, el trompetista que se levanta para hacer el solo… Hemos tratado de emular aquel teatrillo de época, y me emociona mucho. Quien lo ve sale con una sensación muy positiva, y de eso se trata, de que algo en ti se mueva y te sirva para tirar p’alante cuando sales del teatro.
Hay un montón de gente muy taruga y muy energúmena que está empeñada en que conozcamos a doña Isabel la Católica personalmente"
P.-No recuerdo si había teatralizado su universo musical anteriormente, pero al trabajar bajo la dirección de Juan Echanove y Bernardo Sánchez, ¿siente que eso coarta o amplía su creación?
R.-Me ha dado seguridad. Es como una barandilla a la que agarrarse. Yo toco y trato de evocar al cantante de la orquesta, pero ellos me dan indicaciones sobre el modo de hablar, de presentar, esa cosa rimbombante que tenía la época; todo eso te lo enseña la gente que está en el teatro. En realidad, todo lo que salió de mi cabeza ellos lo reencajaron para que fluyera mejor el espectáculo.
P.-Usted, que nos tenía acostumbrados a formatos íntimos, ahora se rodea de ocho músicos en una orquesta. ¿Cómo se adapta eso a su lenguaje? ¿Ha descubierto nuevas sonoridades y enfoques alternativos a sus canciones?
R.-Mire, yo me adapto muy bien a muchas cosas. El problema es que mi cuenta bancaria todavía no se ha terminado de adaptar, porque somos muchos y con muchos viajes (rísas). Es un espectáculo caro, cuesta contratarlo, pero no lo hice para forrarme, y la verdad es que es difícil. En cuanto entro en el papel que me he asignado, al igual que me meto en la piel del personaje de cada canción, que puede ser alguien hablando de sus amores, sus cosas, sus reivindicaciones o lo que sea, lo vivo a fondo. Aquí estoy hora y media siendo el cantante del cabaré. Es divertido, desde luego. Uno nunca sabe cuándo se van a meter los nervios del directo, ni si va a notarse el miedo o si las piernas van a empezar a temblar. Y la verdad es que no ocurre. ¿O será que tengo poca vergüenza y simplemente tiro para adelante como sea? Podría ser que ese fuera justo el factor que me ayuda.
P.-En la historia se cruzan marinos, artistas, burgueses, supervivientes de todo tipo. Más allá del cantante, ¿hay algún personaje que refleje algo de usted mismo?
R.-El propio cantante que quiso ser una estrella y acabó cantando en el cabaré todas las noches hasta hacerse mayor. Ese soy yo. Pero todos los personajes tienen algo mío, porque los cuento desde mi manera de sentir. Hay una cupletera traviesa y melancólica, y por muy chula que se presente también se le va una lagrimilla de vez en cuando. Todo está pasado por el tamiz de mi emotividad. También hay un personaje muy bonito para mí, que es un sindicalista clandestino que va con su señora el domingo para que le hablen de usted y le traten como un señor, harto de trabajar en la fábrica. Se plancha el traje, ella se pone el anillo de bisutería más bonito que tiene y se miran, reenamorándose en aquel lugar; como quitándose de encima todo el lastre que hay de puertas para afuera. Eso lo cuento desde la emoción. Es un homenaje a aquella gente y a las dificultades que vivieron. Y hay un homenaje ahí a través de ese personaje a las personas de esa época, a las prohibiciones, a lo difícil que era todo. No lo voy a contar todo, pero allí está una de las cabareteras que hace con él los panfletos del primero de mayo, clandestinos, para llamar a la huelga. Y la imprentilla está en el altillo del cabaré, guardada sin que nadie lo sepa. Y hay un comisario, que también tiene su cancioncita, que sospecha de eso, porque los comisarios pueden haber sido muy brutos en todos los tiempos, pero de tontos no han tenido un pelo. Él sabía que allí pasaba algo y monta una redada que hace que el club se cierre momentáneamente y ahí se quede en puntos suspensivos…
P.-¿Se inspiró en personas reales para construir los personajes?
R.-No directamente, pero en el cine hay muchas fotos fijas de películas en las que has visto cómo eran esos tiempos y casi conoces la idiosincrasia de esa gente y las dificultades por las que pasaban. O lo has leído también en novelas. En fin, que no solo sale de mi cabeza, sino de una información común que tenemos todos, de cosas vividas, cosas contadas. Y de la curiosidad que siempre me ha dado ese mundo.
P.-Sus canciones siempre han estado muy ligadas al paisaje andaluz, al sur, pero Saturno Cabaret transcurre en Barcelona. ¿Los cabarés de allí tenían algo en concreto que no tuviesen los de aquí?
R.-En Cádiz teníamos el Pay Pay, pero era mucho más pequeñito y modesto. Barcelona era un puerto abierto al mundo, con muchos cabarés. No es que no hubiera vigilancia, pero había un poquito más de relajación. Por eso lo situé ahí, no por otra cosa. Cuando fui a vivir allí en el 76 esos cabarés ya se habían convertido en salas de fiesta, pero aún conservaban algo de esa atmósfera. Los vi con la curiosidad mórbida propia de los 20 años de edad, y años después me vino la idea de escribir sobre ello.
El cantante que quiso ser una estrella y acabó cantando en el cabaré todas las noches hasta hacerse mayor. Ese soy yo. Pero todos los personajes tienen algo mío"
P.-En la primera representación que hizo usted de esta obra contó con unos invitados excepcionales como Serrat, Miguel Ríos y Miguel Poveda, y decía que procuraría llevar a otros artistas notables allá donde fuese con este cabaret. ¿Cuenta con alguno para mañana en Sevilla, o es un secreto?
R.-Sí, cuento con uno de los cantautores con más talento escribiendo y cantando y con un ramalazo muy andaluz; un sevillano de San Jerónimo, que es Álvaro Ruiz. También en otra ocasión me acompañaron Pasión Vega, Maui, Jesús Bienvenido, Muchachito Bombo Infierno, Serrat otra vez en Barcelona, Queralt Lahoz, que era todo fuerza y encanto… Todos se han brindado generosamente a cantar conmigo.
P.-A propósito del título, ¿ese Saturno es el creador que se alimenta de su tiempo o el poder que devora a los creadores?
R.-Yo pensaba más en el planeta, no en el cuadro de Goya, con el que no vi la relación hasta después, cuando le mandé unos vinos a Serrat y él me respondió: “Qué alegría de Saturno que no se come a sus hijos, sino que los cuida con buen vino”. Yo veía al planeta, con sus anillos, que me parecía precioso, el más llamativo de todo el Sistema Solar. Y resonaba bien, igual que Pensión Triana, también resonaba así. Saturno Cabaret resuena mejor que Plutón Cabaret (más risas). Fue una cuestión de una asociación de palabras que fueran bien juntas Y el luminoso del escenario queda precioso sobre nuestras cabezas.
P.-Después de tantos años, ¿qué le mueve más, cantar para sí mismo o para quien escucha?
R.-Estamos siempre cantando para nosotros mismos, para decirnos cosas que igual no somos capaces de pronunciar o sostener solo hablando. Cuando te pones a escribir reflexionas más y vas dando forma a tus ideas. Pero claro, piensas en que eso lo vas a cantar después. Es un doble juego: crear para contentarte, pero sabiendo que sin el público no somos nada. Una canción no sirve de nada si no corre de boca en boca, de oído en oído.
Esta profesión siempre es de riesgos. Pero tengo la suerte de que el público viene con ganas y entusiasmo"
P.-Uno siempre teme que el tiempo le cambie la mirada; ¿hay canciones antiguas suyas que mire ahora con ojos distintos, que en su día entendió de otra manera?
R.-Lo que veo es si se sostienen o no. No porque haya cambiado de opinión respecto a algo de lo que haya dicho ahí. No porque diga que ya no estoy de acuerdo con ello… igual con algún matiz. Pero creo que lo que más emociona, lo que más gusta, es que te pones a interpretar canciones como las de Pensión Triana, y después de treinta años siguen intactas para la gente. Eso es lo importante, que no pierdan vigencia.
P.-Su carrera siempre ha estado al margen de las modas comerciales. Pero cuando empezaba, ¿sentía la presión de encajar en algún molde?
R.-Siempre. Uno quiere ser uno más, pero también ser visto. Todos queremos ser vistos por algo: porque jugamos muy bien a lo que sea, porque nos peinamos muy bien el tupé, o porque somos simpáticos o sabemos hacer canciones. Es una condición humana de lo más cotidiana. Ese tipo de cosas son las que uno añora en la vida. Y claro que quería tener algo que me personalizara. Todos somos ambiciosos. Lo que no quería es ser demasiado parecido a otros. Escuchaba con mucha atención a Serrat, a Dylan, a James Taylor, a mucha gente. Buscaba información para crear una forma propia. Porque si te pareces demasiado a alguno de tus ídolos, cuando algún día tengan la oportunidad de escuchar una canción tuya y vean que se parece tanto a la suya, no les vas a suscitar interés. También es una manera de procurar que si algún día me encuentro con esta persona, a quien admiro tanto, tenga la sensación de que tengo algo que ofrecerle. Yo quería sorprenderles. Y mire, al final Serrat y Miguel Ríos son mis amigos, casi hermanos. Es emocionante haber llegado hasta aquí. Solo por eso, ya merece la pena. Mire lo que un puñado de canciones me han traído. Eso es un privilegio. Eso sí que es ganar.
P.-¿Seguirá asumiendo riesgos o exploraciones, como con este disco?
R.-Esta profesión siempre es de riesgos. Pero tengo la suerte de que el público viene con ganas y entusiasmo. Mi siguiente proyecto es otro disco temático, un cuento que se llamará Un cuento chino. Es la historia de un lienzo de seda bordado maravilloso que un centinela roba para fugarse con su novia, que es una de las bordadoras. Y le sale mal la jugada, pero el lienzo sigue volando de mano en mano. Pasa por toda Eurasia, llega a Florencia, de ahí al Caribe y acaba en Cádiz. Es un cuento, hay que escucharlo como tal.
P.-Hace unos días, desgraciadamente, tuve que escribir el obituario de Pablo Guerrero que, como usted, era un poeta de lo esencial, de la tierra y el silencio. En este Saturno Cabaret, que es un homenaje a la dignidad colectiva, ¿late de alguna manera el corazón de aquellos artistas como Pablo, que encontraron la forma de cantar la verdad en un tiempo de silencios impuestos?
R.-Pablo representaba exactamente eso: un hombre del silencio, de la reflexión, de los valores domésticos. Yo empecé ya después de la dictadura, con libertad, y eso me libró de muchas cautelas que ellos sí tuvieron. El propio Pablo, Serrat, Luis Pastor, todos los cantautores de la época tuvieron que asumir los miedos propios de esa situación. Yo no tuve que sentirme excesivamente hipotecado o heredero de aquella cosa tan dura, tan prohibitiva e ilegal que se cometía contra la gente. Pero en mis canciones también hay una reivindicación de gozar de la libertad. Pablo era muy emotivo, y nos ha dado mucha pena su muerte. Era el que más bajito cantaba y, sin embargo, el que más se escuchaba, como leí en su texto. Las palabras, cuando tienen fuerza, no hace falta gritarlas; basta con susurrarlas. Y Pablo era así.
P.-Para terminar, ¿se le ocurre un verso o una imagen de Pablo Guerrero que pudiera servir de epígrafe o de faro para entender el mundo de Saturno Cabaret?
R.-Pues mire, uno de sus versos más conocidos dice “tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover”. Es un canto a la esperanza. La certeza de que en algún momento saldremos del atolladero de la falta de libertades. La perseverancia en ese pensamiento es lo que mejor podría relacionar su tiempo con el de mi cabaré.
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