¿Vamos a ganar Eurovisión en 2026? Tenemos más papeletas
La marcha (indirectamente, despido, adiós sin el corazón) del sueco Martin Österdahl como supervisor general del Festival de Eurovisión era necesaria. Hace clarear un poco el futuro de la cita musical, en nuevas manos. Esperemos que mejor. Y que la UER, oiga.
En primer término está la presencia de Israel, una participación que tiene que ser examinada de verdad. Tiene como firmes aliados a Alemania, la anfitriona Austria e Italia, con sus remordimientos añejos. Cada vez es más difícil justificar el horror de Gaza. Eurovisión es encuentro, fraternidad, solidaridad, algo que se contradice actualmente con la presencia israelí que, además, ha tergiversado el televoto con una movilización masiva interesada. La aritmética y los datos no deben ocultar el intento de forzar la victoria de Israel en las dos últimas ediciones. Los organizadores esgrimen números y un patrocinador de origen israelí de aspecto inocente.
El Festival de Eurovisión tiene que revisar su funcionamiento y su alma si quiere seguir siendo el espectáculo que mueve y conmueve a millones de espectadores a lo largo de todo el año.
Los triunfos y fracasos musicales de España no van a depender de la política con Israel sino de la calidad en sí misma de las propuestas.
RTVE, tan desorientada en tantas cosas en estos momentos, sí ha enfilado de forma correcta la brújula con la incorporación de un nuevo delegado, César Vallejo, y sobre el fichaje del escenógrafo Sergio Jaén para el Benidorm Fest y el futuro vencedor. Es el ganador con Austria este año. En 2026 tendríamos que tener garantizado un Top 5. Y así será.
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