Análisis de Keeper, la sorprendente aventura de un faro y un ave en un deslumbrante mundo onírico
El Loot de Txeron
El nuevo título de Double Fine Productions consigue zarandearte emocionalmente en un viaje cargado de misticismo, paz y belleza visual
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Hay videojuegos que te sorprenden de tal manera que consiguen zarandearte por completo. Una sensación parecida a esa he experimentado al probar Keeper, el nuevo título de Double Fine Productions, una de las propuestas más singulares y evocadoras de este veterano estudio de Xbox. A grosso modo, es una aventura hermosa y surrealista, contada completamente sin palabras, que invita más a la contemplación que a la acción.
Ambientado en un páramo olvidado, Keeper es un juego de aventuras y puzles en tercera persona con una atmósfera envolvente y un universo visual que se siente tanto extraño como familiar. Está disponible desde el 17 de octubre en Xbox Series X|S, PC y Steam, y puede jugarse desde el Día 1 con Xbox Game Pass, además de contar con soporte Xbox Play Anywhere, lo que permite continuar la partida indistintamente entre consola y PC.
Argumentalmente nos sitúa en una isla perdida en el tiempo, bañada por un mar que parece haber olvidado su propio nombre, en la que un faro derruido y cubierto de zarcillos despierta después de siglos de silencio. Algo lo impulsa a levantarse, a buscar un propósito, a moverse hacia la montaña que domina el horizonte. A su lado, una enérgica ave marina —su única compañera— lo acompaña en una travesía que combina la inocencia con la melancolía.
Lo que empieza como un simple desplazamiento se convierte en una historia de compañerismo inigualable, una metamorfosis desconcertante de sensaciones y una comunión con lo desconocido. Y es que Keeper es una odisea silenciosa que se adentra en reinos más allá de la comprensión, una fábula sobre la vida que persiste incluso cuando no queda nadie para observarla.
Su creador, Lee Petty, concibió Keeper durante los años de pandemia, en un momento de reflexión sobre el aislamiento y la conexión. Como amante del senderismo y la naturaleza, se preguntó qué ocurriría con el mundo si la humanidad desapareciera: ¿seguiría la vida buscando comunicarse? ¿Evolucionar? Inspirado por el micelio, esas redes subterráneas que permiten a los hongos compartir nutrientes y “hablar” con los árboles, imaginó un ecosistema donde todo —la piedra, la luz, el aire— está vivo y entrelazado. El resultado es un universo que parece respirar a su propio ritmo, en el que el faro se convierte en símbolo de persistencia, de curiosidad y de esa necesidad inquebrantable de conexión.
Visualmente, Keeper es un deleite. Su estética bebe del surrealismo de Max Ernst y Salvador Dalí, pero la influencia cinematográfica de obras como The Dark Crystal o Nausicaä del Valle del Viento le otorga una calidez particular. A pesar de su rareza, el juego transmite paz y te invita a avanzar hacia lo desconocido. Cada paisaje —aldeas mecánicas, tortugas gigantes que cargan ciudades, mares de neón que se pliegan sobre sí mismos— parece diseñado para contemplarse. Petty lo define como “weird but chill” (“raro pero tranquilo”), y es justo eso: un delirio visual con alma de meditación.
La luz como lenguaje
El faro, protagonista y símbolo, se mueve con torpeza y determinación. Puede caminar, emitir su luz e intensificarla para modificar el entorno, mientras su compañero alado, Twig, le ayuda a alcanzar objetos o activar mecanismos. No hay combates ni presión: solo un ritmo pausado que premia la curiosidad. A veces, Keeper puede ser ambiguo al señalar el camino, pero esa ambigüedad forma parte del viaje. Cada descubrimiento, por mínimo que sea, es un pequeño acto de conexión. Iluminar un rincón puede revelar un secreto… o simplemente hacer florecer algo nuevo.
Bajo su apariencia psicodélica, Keeper habla sobre la persistencia, la conexión y la búsqueda de sentido. El faro —una máquina olvidada que despierta en un mundo sin humanos— encarna la esperanza de seguir brillando incluso cuando nadie mira.
Double Fine propone una experiencia lineal pero emocionalmente expansiva. No se trata de superar niveles, sino de dejarse afectar por el mundo y por su silencio. El ascenso hacia la cima de la montaña se convierte en una metáfora del autodescubrimiento: un viaje hacia el interior, hacia la comprensión de lo que significa estar vivo.
Al final Keeper no es solo un videojuego, es también un estado mental. Una experiencia que combina lo onírico y lo contemplativo, lo extraño y lo sereno. Una travesía donde lo desconocido se siente, por un instante, como un hogar. Y merece y mucho la pena vivirlo. Es un viaje intenso que te tomará no más de media docena de horas pero son tan reveladoras que se vivirán como si hubiesen sido un centenar. Recomendarlo es una obligación. Déjate iluminar y guiar. Sin más.
Hemos podido probar Keeper gracias a una clave para Xbox PC que nos ha remitido Xbox España.
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