Crónica negra de Jaén (XII): los "monstruos" fugados de la cárcel de Huelma en 1855
En plenas navidades de hace 170 años, la Guardia Civil logró detener a tres fugitivos condenados por diversos crímenes, entre ellos, el asesinato, según quedó recogido en los Boletines Oficiales de la Provincia de la época
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El 2 de enero de 1856, el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén recogió el aviso de una doble detención. Los arrestos tuvieron lugar varios días antes, el 27 de diciembre de 1855, de madrugada, y en la circular se alababa el “señalado servicio” que había prestado la Guardia Civil al echar el guante a dos tipos que se habían fugado de la cárcel de Huelma en septiembre. Uno de ellos había sido condenado a cadena perpetua por “un horroroso asesinato” cometido muy cerca de la propia Huelma, en Solera. No se daban más detalles del crimen. Tanto este como el otro fugitivo habían cometido varios robos en grupo, algo habitual en la época. Para las autoridades, aquellos individuos eran, oficial y simplemente, unos “monstruos”.
Robos en los caminos y despoblados
Con la llegada de 1856, España afrontaba sin saberlo los últimos meses del Bienio Progresista, periodo marcado por los intentos de reformas liberales y de modernización política y económica, pero también por la inestabilidad social. Las crisis de la Hacienda pública, la escasez de alimentos por malas cosechas y las medidas represivas contra el movimiento obrero fueron el caldo de cultivo perfecto para impulsar motines de subsistencias y para convocar huelgas. Y, como suele ocurrir en momentos de extrema necesidad, también para perpetrar robos.
El bandolerismo emerge en Andalucía durante los años posteriores a la Guerra de Independencia, mucho antes del Bienio Progresista. Así resume el contexto Francisco Luis Díaz Torrejón, historiador de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, en un artículo dedicado a los Niños de Écija, “una de las cuadrillas más crueles y sanguinarias”, publicado en la revista Andalucía en la historia de octubre de 2008: “La inseguridad se convierte en uno de los graves asuntos de la posguerra, porque la delincuencia repunta como resultado de la inadaptación de mucha gente de vida oscura -incluso guerrilleros al tiempo de paz. Bien es cierto que esta eclosión de la criminalidad se ve favorecida por los escasos instrumentos de represión disponibles en Andalucía y, sobre todo, por el acusado déficit de fuerza armada presente en la región, pues las unidades del ejército español están concentradas en el norte de la Península, donde aún sostienen campañas bélicas contra las tropas francesas. Este vacío represor se traduce en un desequilibrio de las medidas de contención y, sin apenas vigilancia ni control, prolifera el bandidaje en sus distintas versiones. Los caminos y despoblados se pueblan de individuos que, operando en solitario o en cuadrillas, hacen del robo y el asesinato su modus vivendi. Desde 1813 el bandolerismo es un fenómeno en ascenso y, desde entonces, ninguna comarca de Andalucía permanece ajena a esta plaga incontenible”.
Según el investigador pegalajeño Juan Antonio López Cordero, el bandolerismo jiennense entró “en franca retirada” a partir de septiembre de 1851, cuando la Guardia Civil dio caza en Martos a un miembro de “la famosa partida” del Zamarra, “uno de los últimos caballistas” de los que, según cita el experto, se podría encasillar “entre el mito y la realidad”. Una vez sorprendido, “el bandido se hizo fuerte en casa de su manceba, consiguiendo herir a un guardia antes de caer muerto”, resume López Cordero en su artículo Las instituciones armadas en el reinado isabelino (1843-1868). Pese a aquel hito de la Benemérita, el bandolerismo “aún mantenía en jaque a la Guardia Civil” durante el Bienio Progresista, “sobre todo en los partidos de Martos y Andújar”, en los que, según el experto, “se producían numerosos robos y secuestros”.
Cinco presos se fugan de la cárcel de Huelma
Sin especificar si se trataba de bandoleros o no, los Boletines Oficiales de la Provincia de Jaén de la época incluían numerosas circulares sobre robos en caballerías y, en determinados casos, hasta se ofrecían descripciones de los presuntos ladrones que se habían dado a la fuga. Es prácticamente lo que ocurrió en el ejemplar del 12 de septiembre de 1855, en el que se informaba de que, varios días antes, el 3 de septiembre, se habían fugado de la cárcel de Huelma cinco presos “de consideración”. “Los señores alcaldes constitucionales, Guardia civil y empleados de vigilancia, practicarán las más eficaces diligencias a su descubrimiento y captura”, se prometía en el anuncio.
Se aportaban datos de todos los individuos. Sebastián Valenzuela Quiñones, alias Garrufo, “natural y vecino de Cabra del Santo-Cristo, 26 años, estatura alta, pelo castaño, color amarillo, sin barba, moreno, grueso, y una cicatriz en un lado de la boca”. Luis Gutiérrez Jurado, alias Balletero, “natural de Mancha Real y vecino de Cabra del Santo Cristo, 24 años, estatura regular, pelo castaño, color regular, ojos melados y barba clara”. Pedro Bayo Martín, “natural y vecino del Noalejo, 32 años, estatura regular, pelo castaño, barba cerrada, color encendido, grueso de cuerpo y ojos melados”. Manuel Fermín Morales, alias Gregorio, “natural y vecino del Noalejo, de 19 años, estatura alta, grueso do cuerpo, color trigueño, barba muy poca, pelo castaño y cara regular”. Casimiro Gutiérrez, alias Rizo, “natural y vecino del Noalejo, como de 40 años, estatura alta, color amarillo, mellado, con la boca algo sumida, pelo castaño, tiene una cicatriz en una de sus mejillas”. Todos iban vestidos “al uso del país, unos con calzones cortos y otros con bombachos”.
Tres detenciones en plenas navidades
No se tuvo noticia de dos de ellos hasta el 2 de enero de 1856. Según el Boletín de la Provincia de aquel día, el 27 de diciembre de 1855, en plenas navidades, la Guardia Civil detuvo a “los criminales” Sebastián Valenzuela y Manuel Fernández Morales -al que en la anterior circular se había citado como Manuel Fermín Morales-. Los agentes que les echaron el guante en “un servicio tan apreciable” y “digno de todo elogio” fueron el cabo primero comandante del puesto de Huelma, Tomás Isla Zorrilla, “acompañado de sus guardias, el de primera clase Antonio Santin y los de segunda José Dobles y José Ramiro”.
A Valenzuela y Fernández/Fermín se los describía como “monstruos” que, “después de varios robos en cuadrilla con otros que también se hallan presos”, se habían fugado hacía varios meses, el 3 de septiembre, de la cárcel de Huelma. A Valenzuela se le atribuía un “horroroso asesinato” cometido en Solera el 25 de julio de 1854 -del que no se daban más datos- y “la complicidad” en el “robo y muerte” de un tal Pedro López el 29 de septiembre de 1855, después de haberse fugado de prisión.
Otro de los fugitivos fue detenido tres días después, el 30 de diciembre de 1855, por la noche, pero no se informó de ello en el Boletín Oficial de la Provincia hasta el 7 de enero de 1856. Lo capturaron el cabo de la Guardia Civil Juan Corral, comandante del puesto de Mancha Real, y el guardia de primera clase Francisco Martín Ortigosa. Según el anuncio, Gutiérrez había cometido un asesinato el 22 de julio de 1855 -tampoco se ofrecen más detalles- y varios robos “en cuadrilla y despoblado”. “Era el terror de los moradores de los cortijos de Frailes y Valdepeñas”, según la circular.
Del resto de criminales, nada más ha podido encontrar este cronista en las hemerotecas digitales. Acaso sus nombres acabaron perdiéndose entre viejos documentos y archivos igual que, en su momento, consiguieron dar esquinazo a las autoridades entre olivos y cruces de caminos como si fuesen fantasmas. Quizás, con el tiempo, sus figuras quedaron atrapadas, como tantas otras, “entre el mito y la realidad”, según decía López Cordero. Quizás alguien, en algún lugar remoto, llegó a reconocerlos años después de su fuga. Y quizás mantuvieron una conversación parecida a la que tienen en Casablanca (1942) Rick, el dueño del local nocturno más concurrido de la ciudad marroquí, y Victor Laszlo, líder de la resistencia checa anti-nazi al que persigue la policía secreta alemana. “He oído que había muerto cinco veces en cinco sitios distintos”, le dice Rick. “Ya ve que todas las veces era verdad”, contesta Laszlo.
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