Un pueblo de Jaén con acento inglés: "Regresé porque tenía una conexión muy especial"
Provincia
En 2005 empezaron a llegar los primeros británicos y hoy conviven más de 145 en este pequeño municipio de 3.840 habitantes
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En la Sierra Sur de Jaén, arropado por montañas, olivos, pinos y cerezos, coronado por un castillo, un pequeño pueblo de casas blancas se ha convertido en un hogar para muchos británicos. Castillo de Locubín, con apenas 3.840 habitantes, es el municipio de la provincia con mayor presencia inglesa en relación con su población, con 145 británicos empadronados, una cifra que sorprende si se compara por ejemplo con los 62 de la capital y aunque en el Acalá la Real también hay una gran comunidad la población supera los 20.000 habitantes, por lo que el municipio castillero es el que más concentración alberga.
En sus calles se entremezclan los acentos, los saludos de toda la vida con los “hello” de quienes llegaron de Reino Unido buscando sol, tranquilidad y casas asequibles. La historia de esta pequeña colonia inglesa comienza alrededor de 2005, cuando hay los primeros registros de 14 británicos empadronados en el pueblo. La cifra casi se triplicó un año después, y en 2009 se superó el centenar, con 120 residentes. A partir de la pandemia de 2020, el número creció de nuevo hasta superar los 130. Hoy, las cifras oficiales hablan de 145, pero muchos vecinos sospechan que son más: teletrabajadores que pasan temporadas largas, familias que van y vienen, ingleses que prefieren no empadronarse.
Lo cierto es que Castillo de Locubín se ha convertido en un enclave particular, un pueblo andaluz de casas blancas y plazas tranquilas, donde los carteles de inmobiliarias también se escriben en inglés y donde no solo conviven castilleros e ingleses, también hay americanos, polacos o australianos. El alcalde, Cristóbal Rodríguez, cuenta que los ingleses vienen por el clima, por el sol, pero sobre todo por la vivienda. "Aquí es mucho más asequible que en otros lugares. Además, hubo una primera avanzadilla hace años y, gracias al boca a boca, siguieron viniendo”, cuenta.
La comunidad es variada, según explica Rodríguez, conviven ingleses jubilados que buscan disfrutar de su pensión, familias jóvenes que trabajan en remoto, artistas que encuentran inspiración en los paisajes de la sierra. “Algunos se relacionan solo con su comunidad, pero muchos otros se implican mucho y participan en asociaciones, en la protectora de animales, en la escuela de adultos para aprender español”, explica Rodríguez. “En cualquier caso, siempre es positivo: ayudan a promocionar lo que tenemos, que a veces ni nosotros mismos valoramos”, añade.
El negocio de las casas
Este fenómeno lo conoce de cerca Pepa Rosales, propietaria de la inmobiliaria Castillo Homes, que tras vivir en Inglaterra, regresó en 2015 y encontró ya una comunidad británica asentada. Desde entonces, ha sido puente entre ambos países y no le falta el trabajo con la demanda de población extranjera que busca un hogar en Castillo de Locubín.
“Aquí hay muchísima oferta de viviendas, y eso tira los precios hacia abajo. Muchos británicos compran casas antiguas para reformar o cortijos en la sierra. Para un jubilado, el coste de vida aquí es bajísimo comparado con Inglaterra. Viven como reyes”. Aunque el Brexit supuso un frenazo: muchos ingleses vendieron sus casas temiendo restricciones. Pero la pandemia trajo un nuevo perfil de comprador, parejas de entre 40 y 50 años, con presupuestos de entre 60.000 y 80.000 euros, interesadas en viviendas céntricas donde montar negocios o teletrabajar.
El proceso comienza casi siempre desde el extranjero, a través de portales inmobiliarios internacionales. “Se les manda un listado, se concierta una cita y vienen a visitar. Otras veces es más simple: un británico recomienda Castillo a un amigo o familiar, y se convierten en clientes”, explica Rosales.
Los británicos en Castillo han tejido una red social propia. Se organizan a través de un grupo de Facebook donde los recién llegados se presentan y comparten consejos. Tienen un bar que funciona como punto de encuentro, organizan bingos, conciertos en pubs y hasta han impulsado una ONG cuyos fondos se destinan a proyectos solidarios locales también. Además, durante años celebraron un mercadillo de segunda mano que llenaba el pueblo de vida y atraía a compatriotas de toda la comarca. "Incluso enseñaron a algunos bares a preparar el desayuno inglés para la ocasión", cuenta Rosales.
Echar raíces
Uno de los primeros británicos en llegar fue Rocky, un joven británico de 28 años nacido en Kent. Aterrizó con seis años, cuando sus padres decidieron mudarse atraídos por la tranquilidad del pueblo. Estudió en el colegio, jugó en el equipo de fútbol y fue uno de los primeros niños extranjeros en integrarse y al poco tiempo ser uno más.
“Recuerdo que cuando llegamos nos dieron la bienvenida con una celebración. En el colegio me sentía como en casa. La fiesta de la cereza, los partidos de fútbol… son recuerdos que llevo muy dentro”, cuenta Rocky con un acento inglés y un deje castillero. Sin embargo, a los 13 años, Rocky regresó con su familia a Inglaterra. Pasó su adolescencia allí, pero nunca olvidó Castillo. El año pasado, impulsado por esa nostalgia, volvió para quedarse. Ahora vive con su pareja, con la que acaba de tener un bebé, y trabaja como ayuda a domicilio en Alcalá la Real. "Regresé porque tenía una conexión muy especial", expresa con alegría.
“Castillo es calma y naturaleza. Me encanta ir al nacimiento del río, entrenar con el equipo de fútbol, participar en las actividades del verano. También colaboro en la protectora de animales. Aquí la gente es muy abierta, siempre te cuidan, te saludan, te hacen sentir parte. Yo me llevo bien con todo el mundo, con los vecinos hablamos unos de los otros cada vez que nos vemos, nos cuidamos unos a los otros y te mantienen informado de todo”, explica Rocky.
Admite que lo que más falta hace es trabajo para los jóvenes. “La gente de mi edad se marcha. Ojalá hubiera más oportunidades, porque este pueblo merece recuperar sus días de gloria. Tengo amigos ingleses que crecieron aquí y quieren volver, porque saben lo que hay alrededor y lo valoran”, afirma.
Su historia es una segunda generación de ingleses en Castillo de Locubín, que habiendo crecido entre cerezos y montañas, sienten el pueblo como suyo y regresan para echar raíces. Rocky y su pareja esperan un bebé y quieren quedarse. "Me encantaría vivir aquí, pero hace falta que apuesten por nosotros", cuenta.
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