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En el corazón de la Plaza de la Magdalena, donde hoy hay una farmacia, hubo un bar humilde que marcó un antes y un después en la historia gastronómica de la ciudad. El Bar El Hueco no solo servía vino y conversación: allí nació el recluta, una tapa tan sencilla como inolvidable que conquistó a toda la provincia.
Regentado por Juan García Checa (1945-2011), cuyo apodo —heredado de su tío— dio nombre al local, El Hueco terminó por identificar también a toda la familia, conocida en el barrio de La Magdalena como “los Huecos”.
Este emblemático establecimiento comenzó como una taberna de vinos hasta que, a finales de los años 60, Juan le dio un nuevo rumbo, convirtiéndolo en un punto de encuentro para vecinos y visitantes. Así dejó una huella imborrable en la memoria de esta tierra.
Detrás del éxito del bar estaba Dolores Delgado Villar (1945), esposa de Juan y verdadera artífice de esta delicia gastronómica. Ella asegura a este periódico digital haber sido la pionera en crear la tapa icónica del lugar: “Su fama era tal que gente de todos los rincones de Jaén acudía a probarla, traspasando las fronteras del barrio”.
El Hueco se convirtió en mucho más que un bar: era un pedazo de la tradición jiennense. Según doña Dolores, el éxito del recluta fue tan grande que pronto otros bares de la provincia comenzaron a servirlo, aunque ninguno lograba igualar el toque especial que ella les daba. Esto hizo que los suyos fueran los más famosos de la ciudad.
El lugar tenía sus peculiaridades: cada vez que un cliente dejaba propina, Juan hacía sonar un cencerro con más o menos fuerza según la cantidad. Este gesto, que hoy parece de otro tiempo, generaba complicidad entre los parroquianos y añadía un carácter único al local.
La magia del recluta radicaba en su sencillez y en la calidad de sus ingredientes, algunos típicos de la despensa jiennense:
1. Pan frito en aceite de oliva virgen extra: un picatoste crujiente y dorado como base.
2. Rodaja de tomate fresco: para aportar jugosidad y un toque ácido.
3. Anchoa en salazón: el contraste perfecto, con su sabor intenso y salino.
La combinación, aunque aparentemente simple, es una explosión de sabores que refleja la riqueza de los productos de la tierra: el mejor aceite de oliva, pan artesano, tomate de la huerta y pescado en salazón.
El nombre tiene una historia entrañable. Juan, recién llegado del servicio militar, bautizó la tapa en honor a su época como recluta. Según Dolores, su marido quiso rendir homenaje a aquellos años de soldado bautizando así a su creación. El término caló tan hondo que hoy sigue siendo sinónimo de tradición en las barras de Jaén.
A finales de los 70, el bar pasó a manos de otros dueños y, con el tiempo, desapareció. Pero el recluta sobrevivió, replicado en bares de toda la provincia.
Con el fallecimiento de Juan García se cerró un capítulo importante de la hostelería en el barrio de La Magdalena. Sin embargo, su memoria perdura en quienes disfrutaron de los famosos reclutas preparados por Dolores y de su hospitalidad.
Aunque El Hueco ya no existe, su historia sigue viva en quienes recuerdan sus tapas, su ambiente único y aquel cencerro que anunciaba la generosidad de sus clientes.
El recluta es mucho más que una tapa: es un pedazo de la historia de Jaén, un ejemplo de cómo la cocina humilde, elaborada con productos excelentes, puede convertirse en leyenda. Demuestra que los sabores inolvidables no siempre nacen en cocinas sofisticadas.
Si visitas Jaén, no puedes irte sin probarlo.
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