La toma de Las Lagunillas: cuando los estudiantes 'secuestraron' la Universidad de Jaén
Jaén Retro
Prólogo: el contexto de una rebelión necesaria. Aquel mayo de 1977 respiraba aires de cambio en toda España. La transición democrática avanzaba entre incertidumbres y esperanzas, y en Jaén, este espíritu de transformación se materializaba en una lucha muy concreta: la batalla por una universidad digna. Eran los estudiantes del Colegio Universitario Santo Reino —fundado en 1971 y adscrito a la Universidad de Granada— quienes estaban a punto de escribir el capítulo más vibrante de aquella historia.
La batalla por la universidad en Jaén no comenzó en 1977. Sus raíces se hunden en una historia de siglos: desde la Escuela Catedralicia del siglo XIV, pasando por el Estudio del Convento de Santa Catalina en el XVII, hasta la apertura de la primera escuela de magisterio masculino en 1843. Este último logro contrastaba con el rechazo social que retrasó hasta 1913 la creación de la escuela de magisterio femenino, confinando a las mujeres al ámbito doméstico. El siglo XX trajo los estudios de Peritos (1910), Comercio (1945) y Enfermería (1954), pero Jaén anhelaba un centro de estudios superiores completos.
El sueño convertido en ladrillo vacío
El complejo universitario de Las Lagunillas representaba la culminación de un esfuerzo colectivo. El proyecto, obra del arquitecto provincial Manuel Millán López y con un presupuesto inicial que superaba los 180 millones de pesetas, era ambicioso y moderno. Cinco edificios —el Pabellón de Gobierno, la Biblioteca, el Aulario y los bloques de Ciencias y Letras— conformarían un campus con zonas verdes, concebido como "un lugar auténtico de convivencia universitaria, estudio e investigación".
Sobre un terreno de 60.000 metros cuadrados, se alzaban cinco modernos edificios, rodeados aún por el descampado árido que caracterizaba la zona. Las fotografías de archivo muestran así una isla de modernidad en un mar de tierra yerma, testigo silencioso de las ambiciones de una provincia.
La paradoja se hizo patente a principios de 1977. Las obras, adjudicadas a la empresa Heredero S.A., finalizaron dentro del plazo. Sin embargo, aquellos edificios impecables permanecían mudos y vacíos. La razón era la falta de fondos para el mobiliario y los equipamientos. El "plan perfectamente trazado y pedagógicamente concebido", en palabras que luego pronunciaría Federico Mayor Zaragoza, era un cascarón vacío.
La encrucijada: entre el hacinamiento y la promesa incumplida
Ante la urgencia de empezar las clases, el Colegio Universitario había comenzado de manera precaria en 1971. Las escuelas de Peritos y Comercio, que en sus inicios acogieron con generosidad al Colegio, sufrían ahora los estragos de una convivencia forzada. De hecho, cuatro de las cinco plantas del edificio se habían cedido al Colegio de forma provisional, una medida que, a la espera de la ansiada sede definitiva en Las Lagunillas, se había eternizado.
La situación en el centro de Jaén era insostenible. Ambas instituciones mantenían una coexistencia incómoda, y la saturación era tal que el catedrático Arturo Ruiz recuerda con claridad: "En Peritos ya no cabíamos". La presión sobre el espacio era tanta que, según relatan los documentos de la época, la Escuela de Comercio "reclamaba para sus propias actividades docentes el espacio que había cedido".
El problema se agravó en el curso siguiente hasta el punto de que, para poder impartir las clases, hubo que llegar a un acuerdo entre los directores de los tres centros —la Escuela Universitaria de Ingenieros Técnicos, el Colegio Universitario Santo Reino y la Escuela Pericial de Comercio— para la utilización conjunta de las aulas. Así, los alumnos del Colegio Universitario y los de Peritos Industriales las utilizaban por las mañanas, y los de Comercio, por las tardes.
Este conflicto espacial generaba un malestar creciente. Los estudiantes se sentían como invitados incómodos en casa ajena, mientras las autoridades parecían incapaces de resolver el impasse administrativo y económico que mantenía cerradas las puertas de Las Lagunillas.
La semana decisiva: de las asambleas a la acción directa
La chispa final se encendió en las asambleas estudiantiles de mediados de mayo de 1977. En su testimonio, el catedrático Manuel Molinos —por entonces un joven de 23 años, alumno, representante estudiantil y militante de la organización socialista clandestina de Jaén— nos revive el momento en que estudiantes y profesores dieron el paso decisivo.
Fue el 19 de mayo cuando, en una movilización sin precedentes, todos los estudiantes universitarios acordaron desafiar el orden establecido: al día siguiente, todas las clases y exámenes se trasladarían al nuevo campo universitario, donde se impartirían lecciones en aulas improvisadas y aún vacías.
Pero lo que Manuel destaca como el verdadero hito fue la cohesión alcanzada: "Ahí nos juntamos todas las corrientes estudiantiles políticas que había en el Colegio Universitario". En los polarizados años de la Transición, la causa universitaria había logrado lo impensable: unir a toda la comunidad en un solo gesto.
El Día D: 20 de mayo de 1977 - cronología de una toma pacífica
La mañana del 20 de mayo amaneció tensa. Una avanzadilla de profesores —con Arturo Ruiz al volante— se adelantó a la manifestación estudiantil. Al coronar la loma de Las Lagunillas, se les cortó la respiración. Frente a los edificios vacíos, formando una barrera impasible, se desplegaba una unidad de los "grises" —la Policía Armada, heredera directa de la policía franquista—. Sus uniformes grisáceos y sus armas largas eran el recordatorio físico de que, aunque la dictadura agonizaba, sus estructuras represivas seguían en pie.
La crónica, tal como la evoca Ruiz en el programa Onda Jaén: Transición y Democracia (capítulo XVI) y nos corrobora Antonio Molinos en esta entrevista, se precipitó en un instante: el coche que encabezaba la comitiva —con Arturo Ruiz, Francisco Javier Aguirre y Rúa en su interior— fue interceptado por la autoridad.
El diálogo que siguió es digno de un guion cinematográfico:
—¿Vienen ustedes a tomar esto? —preguntó el oficial.
—Sí—respondió Ruiz—. Somos la avanzadilla. Ahora viene detrás toda una manifestación, a ver qué van a hacer ustedes.
El policía miró hacia los edificios vacíos, luego hacia el coche. Su respuesta cambió el relato:
—No, no, si en realidad quería consultarles. Yo estoy aquí para prohibir el paso, pero estoy encantado de que ustedes tomen esto. Tengo un hijo de diecisiete años. El año que viene me cuesta mandarlo a Granada, y si esto está tomado y sigue adelante, el chico estudia aquí.
Tras una llamada tensa, ocurrió lo impensable: los "grises" se replegaron. Las puertas —físicas y simbólicas— quedaron abiertas.
La ocupación creativa: cuando el ingenio venció al vacío
Lo que encontraron dentro fue un espejismo: una arquitectura moderna e impecable habitada por el silencio y la ausencia. Ni sillas, ni mesas, ni pizarras. Frente al vacío, la inventiva:
· El aula invertida: "Los estudiantes se sentaban en la tarima del profesor", relata Ruiz, "y el profesor, como tenía cierta inclinación, se colocaba en la parte alta del aula".
·La universidad en el suelo: "Bajaron a la universidad andando y dieron algunas clases en el Aulario", recuerda Molinos. "Se sentaron directamente en el suelo de lo que fue el Colegio Universitario".
·Pedagogía del gesto: Cada estudiante en el suelo frío, cada profesor adaptándose a lo imposible, se convirtió en un acto de resistencia y protesta. No hacían falta pancartas; el hecho mismo de estar allí, aprendiendo en la intemperie de lo inconcluso, era el manifiesto más elocuente contra el abandono.
Epílogo: de la toma a la institución
La presión funcionó. La "ocupación de hecho" forzó la solución. En octubre de 1977 se inauguró oficialmente el curso académico en las flamantes instalaciones de Las Lagunillas, con la presencia de Federico Mayor Zaragoza, quien elogió el proyecto. El sueño de la Diputación se había materializado.
Sin embargo, el organismo provincial no podía sostener por sí solo la carga económica. En 1978, pidió la integración plena del Colegio en la Universidad de Granada, alegando que ni esta ni el Estado habían colaborado en los enormes costes asumidos durante nueve años. Este fue el siguiente paso en una batalla que culminaría, años después, con la creación de la Universidad de Jaén como institución independiente en 1993.
Conclusión: el legado de un suelo frío
El "asalto" a Las Lagunillas no fue vandalismo: fue el acto pacífico y fundacional de una universidad que, antes de ser institución, fue sueño colectivo; antes de tener aulas, tuvo estudiantes dispuestos a sentarse en el suelo para hacerla realidad. Setenta años después de que cerrara la Universidad de Baeza, Jaén volvía a tener estudios superiores, no solo por decreto, sino por la voluntad inquebrantable de sus jóvenes.
Aquel policía que facilitó la toma porque veía en la universidad el futuro de su hijo, aquellos estudiantes que se sentaron en el suelo para reclamar su derecho a educarse y aquellos profesores que apoyaron la movilización encarnaban el espíritu de una época en la que la sociedad civil tomaba las riendas de su destino.
Hoy, la Universidad de Jaén es un motor de desarrollo para la provincia, con más de 14.000 estudiantes y una oferta académica que sería inimaginable sin aquel acto de valentía. El legado de aquella generación no son solo sus aulas, sino la prueba tangible de que la dignidad y la educación construyen el futuro.
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