Carlos Navarro Antolín
El dulce legado de la alegría de María Díaz Cañete
Menos mal que la selección española de fútbol ganó a Alemania y esa merecida victoria, con gol acrobático de Mikel Merino, aplicó sobre el país un parche Sor Virginia, de los que alivian el dolor lumbar. A pesar del pacto PP-PSOE para un nuevo Consejo General del Poder Judicial, que parecía inaugurar una nueva época aunque con cinco años de retraso, ya habíamos vuelto a las andadas. Fue un espejismo de corta duración. Un pacto puntual forzado por la UE, que rechazó Vox por la derecha del PP; y por el socio Sumar, y otros, por la izquierda del PSOE, o por donde estén.
Al margen de ese pacto y de sus efectos, tan limitados aunque bienvenidos, el enfrentamiento entre una parte radicalizada de la Justicia y el Gobierno continúa. La aplicación de la ley de amnistía a los implicados en el procés o la resistencia a suprimir la malversación para mantener imputado a Puigdemont son sólo capítulos de esa pugna. El episodio del acoso judicial y mediático a Begoña Gómez es otro. Y todo el mundo sabe que cuando alguna de esas telenovelas se agote, porque no dé para más, se abrirán inmediatamente otras; “para que no decaiga”, como dicen los flamencos.
Por suerte, España va. Va a su bola, porque si los empresarios y la sociedad civil dependieran de los poderes públicos para moverse, ya habríamos embarrancado. Mal que duela a los agoreros y catastrofistas radiofónicos y digitales principalmente, las cifras de la macroeconomía progresan y algunos organismos solventes, desde el FMI al Banco de España, revisan su previsiones mejorándolas ligeramente.
Eso no quita para que las preocupaciones ciudadanas –de las que deberían ocuparse los medios radicalizados y los otros, que poco las atienden– estén ahí en la calle. Un ejemplo: en Torre Pacheco (Murcia) acaba de celebrarse la primera Semana Internacional del Melón. Suena a medio broma y se puede confundir con una fiesta social, como era antes. Pero resulta que se han dado cita agrónomos, biólogos, empresarios agrícolas, casas de semillas principalmente holandesas y líderes del mundo agrícola, como Manuel Pimentel, autor del libro La venganza del campo. El ministro que se atrevió a dimitirle al presidente Aznar por la Guerra de Iraq –el único, junto con el diputado Luis Acín– es un referente nacional para agricultores y ganaderos. Ingeniero agrónomo, propietario de fincas, editor y escritor, es fundamentalmente un humanista preocupado por la deriva del planeta hacia un mundo dominado por la escasez de alimentos. “En España hay que regar más hectáreas, producir más alimentos y, de paso, con más respeto hacia los agricultores”, les dijo a los murcianos. Le preocupa que Europa quiera tener menos ganado, como acaba de demostrar Dinamarca con una ley que todavía se lo pone más difícil a las gentes que trabajan en lo rural. “Se legisla desde el desconocimiento y desde la desconfianza”, resaltó en su combate contra el exceso de burocracia que pretende convertir cada explotación agraria o ganadera en una gestoría. El ingeniero y consultor David del Pino advirtió de que como “consecuencia de los conflictos ecológicos, políticos y mediáticos, tanto el Mar Menor como Doñana son las zonas más híperreguladas de España”. Interesante. Pero la bronca nacional va por otros derroteros. Es la España inflamada frente a la España real que trabaja y aporta riqueza.
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