En la tradición, sin que ya lo advirtamos, conviven muchas creencias de un modo nuevo. El destilado de todos los símbolos junto con sus significados decanta un sentido a la celebración que se sigue festejando.  

Se podría departir de la tradición celta y su fiesta de Brigit, esa diosa rejuvenecida, virgen blanca, que retorna de las profundidades de la Tierra y despierta las semillas dormidas de las plantas, agita y sacude los árboles para que la savia empiece a fluir. O, también, se podría aludir a la festividad romana en honor a Februo, dios del mundo subterráneo, y de la diosa Februa, madre de Marte, cuando entonces se realizaba una procesión en la que se oraba por la paz. Y quedan otras de origen griego, germano y de otros pueblos que rondan este segundo día de febrero que podrían enriquecer el imaginario en torno a esta fiesta de la luz. 

Pero está claro que, desde antiguo y como ha sucedido en infinidad de ocasiones, la fecha se bautizó de nuevo con otro sentido donde la luz y la pureza, que se reconocen en María de Nazaret, cobra una importancia más radical aún. Ese instante de la purificación que relata el evangelista Lucas, justo cuarenta días después del día de Navidad, habla de la importancia de lo luminoso (de ahí las tradicionales hogueras en este día). El valor incuestionable que posee el hecho de alumbrar las propias sombras para reconocer aquello que reside oculto, oscuro, inconsciente o, más bien, perdido.  

Estos primeros días del mes, cuando la luz va conquistando terreno a la noche, cuando el invierno le va permitiendo su lugar a la primavera, cuando incluso el ánimo también atraviesa sus nubarrones, son una indulgente ocasión para recuperar los sueños que hemos perdido, el entusiasmo maltrecho, los ideales que se quebraron, los valores que nos orientaron. Es una amable coyuntura para alentar la llama de la esperanza que arde, sin que apenas la advirtamos, en nuestro interior. 

Darnos un tiempo para alumbrar con nuestra conciencia las oscuridades de nuestra vida puede ser un buen modo de honrar y actualizar esta celebración y rescatar, así, el sentido que tantas veces extraviamos. Puede ser, y de facto lo es, un buen punto de partida si queremos iluminar las sombras sociales que hemos creído tan ajenas a nuestro día a día. 

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