San Antón se retiró al desierto.

San Antón se retiró al desierto.

Aprovechando la efeméride de San Antonio Abad, junto con todo lo que mueve la prueba deportiva de «la San Antón», me parecía interesante compartir algunos detalles vitales en torno a la figura de este santo. Se trata de recordar, volver a pasar por el corazón (re-cordis), o tal vez, para otros, descubrir la importancia de una persona que, desde el siglo III, viene gozando de un reconocimiento de mucha envergadura. 

San Antonio, que vivió en medio del desierto en lugares insólitos, sigue siendo un ejemplo, un referente, un espejo en el que todo ser humano puede mirarse para descubrirse. El personaje es un símbolo o, casi mejor, un arquetipo pues en él podemos hallar algo de aquello a lo que todos aspiramos y deseamos: vivir en armonía. Monje es, ya no sólo aquella persona que vive en un monasterio en clausura, sino todo aquel que busca sentirse en equilibrio interno consigo mismo, la naturaleza (lo otro y el otro) y con Dios (ese Algo/Alguien que está más allá de la estrechez humana egoica). De alguna manera, podríamos reconocer que ser un monachós -en griego-, ser-sentirse uno-único, es lo que todos anhelamos cuando hablamos de tranquilidad, paz, mesura o alegría. 

Pero además de esta apreciación etimológica se haya otra que me parece interesante apuntar en relación a la vida eremítica de San Antón. Esa aparente huida que realiza al desierto, para alejarse de la comodidad que ya se estaba instalando en el cristianismo primitivo tras haber pasado de perseguidos a perseguidores, es un alejamiento de toda distracción. Tal vez, imaginar los posibles entretenimientos de la época nos sea una tarea tan imposible como ardua, pero lo cierto es que ya había entonces con lo que despistarse.  

Pero, ¿qué tiene de negativo distraerse? San Antón lo vio claro: le imposibilitaba vivir en Dios o, si se quiere de otro manera y con objeto de comprenderlo mejor, de vivir presente aquí y ahora. Cuando nos distraemos, y hoy tenemos un extenso abanico de posibilidades para ello que usamos consciente e inconscientemente, estamos arrojados en la exterioridad de la vida y, cuando esto acontece, la ansiedad y el desasosiego se instalan en nosotros generando un malestar que nos descentra, nos hace perder ese equilibrio y armonía a la que aludíamos, nos hace vivir en el enfado y la susceptibilidad. 

Es bueno, aprovechando esta festividad, re-cordar, volver a pasar por el corazón, recogerse en ese espacio interno silencioso donde se haya la calma y el sosiego, un lugar de solaz que ralentiza la vida devolviéndonos lo que con demasiada frecuencia perdemos. San Antonio Abad, padre de los monjes, invita a huir hacia dentro, sin prisa pero con determinación, para descubrir en uno mismo lo que tantas veces demandamos fuera, lo que exigimos a los demás sin que lo hayamos alcanzado dentro de nosotros.  

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