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El otro día, y en plena calle, el alcalde de Martos, la concejal de Cultura y el edil de Seguridad Ciudadana fueron increpados por un hombre a bordo de un coche de alta gama. Los tres representantes municipales salían por la puerta de la Casa de la Cultura de la ciudad de la Peña tras presentar una revista cuando el conductor, que los vio a lo lejos, aprovechó para gritarles “¡traidores!”. Fue un bramido expresado con violencia, con ira, con furia, y resonó lo suficiente pese al ruido del tráfico. Yo, que presencié la escena, tardé unos segundos en hilar lo acontecido: hay políticos nacionales que llaman traidor al presidente del Gobierno por lo de la amnistía. De repente, me dio un escalofrío, esa sensación que el propio diccionario vincula al terror. Desconozco exactamente qué sintieron el alcalde y los dos concejales en ese momento, pero a mí sí que me dio un poco de miedo por la brusca agresividad sin justificación.
A la noche, en un desvelo, me vino a la mente ‘La lengua de las mariposas’, de Manuel Rivas, porque “traidores” fue lo primero que le llamaron al maestro del relato que metieron en un camión de presos, en 1936, mientras los niños le tiraban piedras. Traidor es una palabra dura, recia, y si se le suma la expresión de furia, la dialéctica se marchita ante un cóctel verdaderamente dantesco. Si hace unas semanas, la presión de la política nacional en la capital de España se trasladó a las puertas de las sedes locales del PSOE, el paso siguiente tenía que ser increpar a los políticos que se encargan de temas de a pie de calle. Quién sabe si lo próximo será ver en nuestros pueblos nuevos muñecos de políticos ahorcados, como ocurrió en Ferraz durante la nochevieja.
Algunos verán capítulos aislados, pero otros hallarán un mismo hilo conductor en una operación orquestada piano piano: para una parte de la política con ansias de poder, la crispación tiene que invadir hasta el epílogo de la presentación de una revista cultural de ámbito local, hasta la vida diaria de los políticos que se ocupan de qué proyectos fraguar para seguir haciendo crecer su municipio, de programar teatros o de coordinar el tráfico. Todo vale para los que pretenden vestir de ilegitimidad decisiones que se toman en parlamentos que expresan la voluntad popular.
El conductor que escupió lo de ‘traidores’ al alcalde y a los concejales marteños se valió del anonimato otorgado por la velocidad rodada en un momento inesperado. Quizá a la cara no lo hubiera hecho, o puede que sí, pero lo cierto es que esta es una muestra de que hay gente dispuesta a dar un paso más. No es que piense que próximamente vayamos a volver al 36, aunque sí que hay que denunciar situaciones guerracivilistas en nuestro día a día. Entre otras cosas, porque, como dijo el gran Ramón Lobo, el odio comienza con la palabra. Y el odio en los pueblos siempre provoca desgracias.
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