Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
¡Qué risa! Lo de Feijoo es para troncharse. ¡Digno sucesor de M. Rajoy! El caso es que me he tomado la molestia de consultar el Diario de Sesiones de la sesión plenaria celebrada en el Congreso de Los Diputados del pasado miércoles y no aparece recogida la sentencia que da título a este artículo. Una pena, porque se ha perdido una magnífica oportunidad para visibilizar lo extremadamente necesitados que estamos de este tipo de gracietas y ridiculizaciones del otro, como consumidores que somos desde pequeños de la mofa y de la ofensa como armas humorísticas de primera magnitud.
Pero más allá de nuestro infantilismo del caca, pedo, culo, pis, también se habría podido aprovechar ese instante para hablar del Daño Cerebral Adquirido, del Alzheimer o de cualquier otra dolencia cuyos primero síntomas pasan a menudo desapercibidos, cuando no resultan cómicos. Me explico, para que ustedes me entiendan… Quienes ya tenemos una edad nos acordamos con mucho cariño de Carmen Sevilla durante su etapa de presentadora de televisión. Un día le daba un ataque de risa ante las cámaras; otro salían en pantuflas; al siguiente se olvidaba de lo que tenia que decir o hacer ante las cámaras… Y todo ello formaba parte del espectáculo, haciendo que se convirtiera en una persona entrañable, alcanzando una cuota de pantalla envidiable hoy en día, solo porque el público esperaba con avidez su siguiente lapsus. Pero nadie, por aquel entonces, cayó en la cuenta de que Carmen comenzaba a sufrir demencia.
Algo parecido sucede con esos humoristas, actores y gente de la farándula que, a pesar de su arte, sufren a solas la depresión. Ninguno de sus seguidores es capaz de adivinar el drama que hay detrás de sus chistes, ruedas de prensa, conciertos o actuaciones porque, cuando baja el telón, muere el personaje y aparece de nuevo la mente derrotada. La lista es enorme. Muchos casos acaban en suicidio y quizá unos días antes alguien se rió de ellos. Por eso, cuando vemos a Feijoo balbucear, a Rajoy decir frases inconexas, a alguien que conozcamos tartamudear, reír sin control o simplemente guardar silencio con la mirada perdida, deberíamos preguntarnos primero si no hay algún problema detrás, ya sea una enfermedad, estrés, cansancio o cualquier otra causa que haya detonado ese comportamiento. Porque quizá no sea síntoma de nada serio ni grave, pero reírnos de ello sí que es un claro síntoma de nuestro bajo nivel moral y nula empatía. Ojalá nunca sufran ustedes un lapsus pero, si lo sufren, ojalá que no tengan que sentir vergüenza por ello.
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