Aullidos lastimeros

17 de junio 2025 - 03:09

Al alcalde de Sevilla, parece que de rebote también a la Junta, le ha sentado fatal que el Gobierno, la Generalitat del socialista Salvador Illa y Aena hayan llegado a un acuerdo para gastarse tres mil millones de euros en ampliar el aeropuerto de Barcelona y llevar a cabo una ampliación que le permitirá competir con los grandes de Europa en el tráfico transoceánico. Considera José Luis Sanz que ello supone un nuevo agravio para Sevilla en cuyo aeródromo, colonizado por las compañías de bajo coste, no se echa un duro desde hace un montón de tiempo y no dispone todavía, por no disponer, ni de un transporte público digno, más allá de una endeble línea de autobús municipal, que lo conecte con el centro. Relaciona Sanz esta discriminación con la ojeriza que, según él y muchos más que él, el ministro de Transportes, Óscar Puente, le tiene a la ciudad porque tiene un alcalde del PP y es la capital de una comunidad que también es mucho del PP.

Esa actitud quejumbrosa demuestra poca profundidad y no hay que ser muy listo para saber que instalarse en la cultura del agravio y lanzar periódicamente aullidos lastimeros a la luna –preciosa estos días, por cierto– no es una táctica política que garantice grandes éxitos, sino todo lo contrario. Lógicamente, Sanz no tiene la culpa de que el aeropuerto de Sevilla esté dejado de la mano de Dios y de la mano del Gobierno. O, por lo menos, no tiene más culpa que los varios alcaldes que en el último cuarto de siglo largo han ocupado el mismo sillón que él, de un partido y del otro, con un Gobierno y con el otro. El alcalde debería ser consciente que le haría un favor mayor a Sevilla si en vez de instalarse en el lamento abriera un debate sobre las causas últimas de que la ciudad esté como esté. Y, en este caso, mirarse en Barcelona no estaría mal. La capital de Cataluña, a pesar del ahogo nacionalista, lleva décadas demostrando que sabe identificar sus intereses, que tiene una estrategia definida y que es capaz de movilizarse para conseguirlos. Esa movilización no consiste en llenar las calles de pancartas, sino en saber mover los resortes que se necesitan. Para elloshay que tener una clase política preparada, que esté respaldada por empresas potentes preocupadas por su entorno y por colectivos sociales de todo tipo que sepan encauzar las aspiraciones de la sociedad.

Eso es lo que falta en Sevilla. O, mejor dicho, lo que nunca ha tenido Sevilla. Cuando hace casi cuarenta años se decidió que tuviera una exposición universal que la transformara urbanísticamente, tuvieron que venir de fuera para que se convirtiera en el éxito que fue. Y los que vinieron se enfrentaron a no pocas resistencias y zancadillas locales. Ahí están las hemerotecas si alguien quiere consultarlas. Así seguimos. Sevilla no está como está porque la mire mal este Gobierno o el otro. Lo está porque nunca ha sido consciente que con quejidos y agravios no se solucionan los problemas y porque ignora que mientras sigamos adormecidos las cosas no van a cambiar. A no ser que nos hagan otra Expo.

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