Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
El miércoles pasado murió Brian Wilson. Mucho y bueno se ha escrito sobre este genio de la música y los Beach Boys, el grupo que creó y lideró. Lo que empezó en 1961 como estupenda música californiana surfera evolucionó, gracias al genio de Wilson, hasta revolucionar compositiva, interpretativa y técnicamente la música moderna con el álbum Pet Sounds en 1966. Y ahí no quedó su gigantesca aportación a la música a lo largo de su borrascosa vida. Lo he llamado genio de la música. ¿Exagero? No.
El siglo XX, gracias a las industrias culturales y a la perdurabilidad de los soportes, ha dejado un legado musical sin precedentes. No me refiero a la música contemporánea de concierto, sino a la popular dotada de una asombrosa capacidad para evolucionar hasta la genialidad creativa a partir de orígenes modestos, si no marginales: el blues en los campos de algodón, el jazz en los barrios bajos de Nueva Orleans, la canción popular americana en las neoyorquinas Tin Pan Alley y Broadway, la chanson en las calles de París y los cabarets, la copla en cafés cantantes y espectáculos, el rhythm & blues –y todas sus decisivas derivaciones– en las comunidades afroamericanas de los años 40...
Hasta el siglo XIX la música se dividía en dos: la culta y la popular transmitida oralmente que se identifica con el folclore como movimiento de estudio y preservación de una cultura popular que a mediados del siglo XIX estaba siendo arrollada por las industrias culturales. El aprecio de los románticos por lo popular como opuesto a la cultura industrial fue importante en esta recuperación de lo que consideraban puro. Recuerden la rima XXVI de Bécquer: “Voy contra mi interés al confesarlo;/ pero yo, amada mía,/ pienso, cual tú, que una oda sólo es buena/ de un billete del Banco al dorso escrita./ No faltará algún necio que al oírlo/ se haga cruces y diga:/ ‘Mujer al fin del siglo diecinueve,/ material y prosaica…’ ¡Bobería! (…) Tú sabes y yo sé que en esta vida/ con genio es muy contado el que la escribe,/ y con oro cualquiera hace poesía.”. Pues resulta que no, admirado Gustavo Adolfo. Gracias a las industrias culturales, con oro los genios hacen arte. Como lo hizo Brian Wilson desde la poderosa discográfica Capitol, la del extraordinario edificio de Louis Naidorf en Los Ángeles.
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