De caraduros y caraduras

Ropa Vieja

16 de junio 2025 - 08:00

Calle arriba rezuma

la pobreza del viento.

Apenas sopla por los callejones.

Y en la plaza, la luz del sol lo atrapa.

Mis labios no saben

mi nombre pronunciar

y mis ojos,

mi país olvidaron.

No asoma a mi memoria

la gaviota derramando

sus alas por la playa.

Soy yo el que escribe

este poema;

mientras calle arriba, a cuestas,

las miradas me castigan.

Y mi piel es de un color

que duele,

tan negra como la noche

Este poema de Alberto nos muestra el estado de ánimo de nuestro poeta favorito. Alberto se siente como un extranjero en país extraño. Sus paseos al monte, para reflexionar y buscar en la belleza tranquila del ocaso la razón de vivir, cada vez se espacian más en el tiempo. No tiene el espíritu dispuesto para tal menester.

Últimamente, encender la televisión, la radio o navegar por el océano de internet es una actividad de alto riesgo. Principalmente, si accedemos al Facebook (al que tan bien cantaron Los Arrabaleros) o al moderno Instagram.

Los talibanes de las redes acostumbran, cada vez con más desvergüenza, a pontificar y a dar sus argumentos como únicos y válidos ad aeternam. Lo hacen sabiendo que no son reales y que las consecuencias pueden ser nefastas para la persona o grupo al que va dirigido, produciendo una guerra incivil dialéctica en este mar de lo social. Seguramente, su puesto laboral, socioeconómico esté en juego, pues pertenecen a esa red clientelar que durante la democracia se ha ido gestando por los unos y por los otros. Se echan en cara actuaciones que, previamente, ellos también habían realizado cuando estaban en el poder. Carecen de sentido del honor, de los principios democráticos…, debiéndose sólo a su amo.

No es justo que el ciudadano de a pie, que trabaja por las noches en una fábrica o que, a duras penas, puede llegar a final de mes, tenga que soportar, diariamente, estas humillaciones.

En esta semana anterior, se ha destapado un nuevo caso de caraduros y caraduras, el enésimo de esta democracia que, otra vez, debemos de agarrar para que no se caiga.

Estos personajes se atrincheran en el fango de su ideología y no son capaces de solucionar el mal que están haciendo. ¿Qué tendrá el poder que a todo el mundo secuestra?

Alberto tiene 60 años. Está muy cansado de tanto desvarío. Posiblemente, algún día cogerá una canoa y se dejará ir por el río de su tierra, ese río andaluz que en vez de unirnos sólo nos señala.

El otro día, hablando con él, en la taberna de nuestros sueños, de las pocas que, todavía, no nos ha quitado el derecho a tomar un vino en su barra, me decía que no entiende cómo los dos grandes "Caraduros" no son capaces de pactar en las cuestiones más importantes que afectan a este país, que a algunos les da miedo llamar España.

El mejor poeta de esta ciudad me decía que estos políticos de la broma y de la guasa deberían pactar todo lo relativo a educación, sanidad, vivienda, violencia de género, cuidado de la infancia y de nuestros mayores, Inmigración (solidaridad con aquellos que vienen huyendo de las guerras y del hambre), relación entre las comunidades autónomas …

El poeta, con una lucidez exquisita, decía que nos es justo que dos de nuestras comunidades autónomas, que por cierto tienen derecho a hablar su lengua materna, igual que los gallegos la hablan (en este caso me informó que en Galicia, el gallego lo hablan todos sus vecinos, independiente del partido al que voten) nos gobernaran con el chantaje al resto de los españoles.

Seguía Alberto con su charla, analizando que no hay tanta diferencia ideológica entre los dos grandes partidos de Caraduros.

Se refería a que estamos en un país capitalista, con una economía de mercado aceptada por todos, y que no entendía cómo unos caraduros llamaban a los otros caraduros comunistas.

Me contaba, también, que después de la catástrofe que supuso la Segunda Guerra Mundial, el socialismo aceptó la democracia, y junto con los democristianos crearon el Estado Democrático y Social de Derecho, citando como ejemplo las Constitución de Bonn.

Íbamos por el tercer vermut cuando entró un gorrión y se posó en el hombro de mi amigo. Éste le dio unas migas de pan y el pajarico le obsequió con un trino y se fue.

La conversación con el poeta estaba llegando a su final, aunque antes tuvimos tiempo de tomarnos una copa de vino. Elegimos un Mala Hostia, para acompañar a nuestro estado de ánimo.

En nuestra ciudad, querido amigo, hay, aunque no lo creamos, políticos valientes que, sin embargo, están secuestrados por sus mayores y por familias que dirigen el cotarro como si fuera suyo. Eso me apuntó mi amigo el poeta.

Decía, el bardo, que tienen que levantarse y luchar contra toda esa desvergüenza, y que son la única flor que nos puede salvar.

Eran las tres de la tarde; el tabernero, con su famosa malafollá, nos invitó a una última, pues confesó que estuvo pendiente de la conversación y que se había emocionado.

Nos dijo que, desde hoy, siempre tendríamos la última copa de vino gratis.

Salimos de la taberna y vimos un grajo en la acera de la calle.

Hacía un calor del carajo.

stats