Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
Jaén. Capital de provincias. Dos niñas. Días antes un niño. Tres muertos en total. Una tragedia. Mucha pena. Silencio; solo un minuto. Es entonces cuando comienza a aflorar la asquerosa condición humana. En cuanto conocimos la noticia nadie, absolutamente nadie, y quien lo niegue miente, pudimos ni quisimos evitar especular con las causas de las muertes. Muchas personas decidimos no dar pábulo a rumor alguno y mucho menos opinar en público al respecto de un tema tan delicado. Una semana después la investigación sigue bajo secreto de sumario y, aunque la principal hipótesis es el suicidio pactado de las jóvenes, no se descarta ninguna línea.
Hasta aquí la crónica. Pero no. Hay mucho más. Y nada bueno… Y no lo digo por lo que pasó aquella fría noche en el Parque de los Patos (ni Victoria ni Concordia), sino por lo que viene sucediendo desde entonces. En esta ciudad enrocada en sí misma, costumbrista y ensimismada con sus tradiciones anacrónicas, conservadora hasta de su propia forma de ser apática y criticona; en esta ciudad de cerrado y sacristía, que diría don Antonio, pronto empezaron los comentarios de vecindona y la mala sangre contenida de quien siempre espera que pase algo para despotricar y dar su miserable e innecesaria opinión, solo para escucharse a sí mismo y decirse para sus adentros lo espabilado que es. Porque lo es…
Desde los inmigrantes que merodean por el centro durante la campaña de la aceituna, pasando por el acoso escolar de los compañeros de instituto, la frialdad de los padres de las criaturas frente a los medios de comunicación o una supuesta tercera persona implicada, llevamos siete días escuchando barbaridades, sandeces y locuras acerca del verdadero autor del suceso. Yo también he armado mi teoría, lo reconozco; que luego nadie ha roto un plato en este juego de identidades que nos inventamos para ocultar nuestro verdadero rostro a los demás… Ante todo hay que ser honesto y reconocer lo despreciables que podemos llegar a ser ante el drama de los otros. Asistimos a otras vidas y a otras muertes como si leyéramos una página de El Caso; ahí, apoyados en el quicio de nuestros prejuicios, miserias y frustraciones, con las intimidades de los demás en nuestras manos, abiertas de par en par, a doble página, mientras esbozamos una sonrisa antes de tirarlas a la papelera.
El dolor ajeno como entretenimiento, el árbol del que colgaron sus cuerpos como atracción turística, las declaraciones de las familias como cotilleo de portera… Y todo ello a la hora del desayuno, como tema de sobremesa. Corazones fríos, café caliente y media de picadillo. La cuenta y hasta mañana. Así somos, consumidores de charlas donde siempre hay una víctima, un verdugo y ningún respeto. Justo eso, el respeto, es nuestra asignatura pendiente. Al fin y al cabo, los patos son los únicos que saben qué sucedió aquella noche. El resto solo seguiremos vomitando nuestra mediocridad moral a cada oportunidad. Así somos. Así fuimos siempre.
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