Come y calla

Vericuetos

24 de mayo 2025 - 08:00

No hay opinión que represente a todo el mundo. Pero el silencio tampoco lo hace. Vivimos en una era donde abrir la boca es sinónimo de buscar problemas y mantenerla cerrada ofrece permanecer en una cómoda postura equidistante. Posicionarse es señalarse y, por tanto, colgarse el sambenito correspondiente camino de la hoguera en la plaza pública o sus análogas: las redes sociales.

Escribir en ellas, o incluso redactar artículos como este, supone exponerse al apedreamiento público y al estigma de defender una idea que, por digna que sea, va a contar sin lugar a dudas con el ataque furibundo de radicales, marrulleros, exaltados y, lo que es peor, de personas completamente normales y moderadas que considerarán tus palabras como ofensivas en un alarde del retruécano moral, por el cual pueden estar en contra de una guerra fruto de una invasión pero a favor de un criminal de guerra que extermina como ratas a miles de niños.

Lo novedoso de esta peripecia equilibrista radica en el hecho de que quien deambula sobre ese fino alambre de la dignidad es ahora quien más levanta la voz y menos guarda silencio. En cambio, quien percibe con asco el vómito en su garganta es el que traga más saliva y prefiere seguir comiendo sin hablar, conocedor del peligro que representa la verdad pronunciada. No es algo nuevo ese uso maquiavélico del grito frente al rechazo musitado, pero últimamente se ha viralizado (empleando ese enfermizo concepto de la información digital) una forma infame de interpretar la realidad circundante. Y digo enfermizo porque, como virus que es, la mentira torticera y la exageración manipuladora se expanden por igual en todas las mentes, independientemente de su debilidad emocional, nivel formativo, coeficiente intelectual o clase social. Y eso es lo verdaderamente peligroso de esta plaga, porque la única forma de paliar sus secuelas es mantener a raya el sentido común, fomentar la duda con argumentos sólidos, debatir con ganas de aprender y no de convencer, educar en casa… Pero estamos en un punto donde todo ello es imposible en voz alta sin salir escaldado; de ahí que las mentes más preclaras hayan optado por guardar un sepulcral silencio, sin caer en la cuenta de que la ausencia de sonido también provoca ausencia de mensaje, salvo que el silencio sea el mensaje en sí mismo.

Permanecer callados e impasibles ante las injusticias puede representar un acto de repulsa y reivindicación, pero quienes vociferan sus proclamas de odio jamás callarán si no se les hace callar con la fuerza de los hechos y, por qué no, de nuestras palabras. Porque si una cosa tenemos frente a ellos es que leemos más, pensamos mejor y sabemos pronunciar claramente palabras como paz y dignidad. Todo el que coma y calle acabará atragantándose con su ira, seca cual miga de pan de hoGaza. Sí, con G mayúscula.

stats