Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Gafas de cerca
En La vida de los otros (Florien Helcken, 2006), un mando intermedio que pinta poco dentro del poderoso aparato de la Stasi se recluye en un abuhardillado a espiar a una pareja que habita en una planta inferior, por orden de un pez gordo del aparato encaprichado con ella, la novia de un dramaturgo cercano al régimen, que está también en el punto de mira del jerarca, aunque por obvios distintos motivos. La película se ambienta en un Berlín Este en 1984, unos cinco años antes de la Caída del Muro, un hito que marca el final de la Guerra Fría. Para sus escuchas y grabaciones, Gerard Wieler cuenta con artefactos ya pretecnológicos: radio de sintonía inestable, micrófonos camuflados en el teléfono fijo, grabadoras de cinta, auriculares fallones. Incluso tomaba notas a mano.
Pasado el ecuador de 2024, estamos más que acostumbrados a una tecnología que, mediante procesos ajenos a nuestro control, cede fragmentos de las páginas de internet que visitas a los navegadores que usas, y te ofrecen de todo a tu medida. Con inexorable eficacia, los navegadores soberanos –y más, los segundones– hacen que alguien sepa no sólo si entras en una web o te interesas por un producto, sino también si estás en un determinado lugar o simplemente hablas cerca de tu móvil, no importa que esté apagado. La remotísima y misteriosa gestión de la cookie es a la extinta Stasi lo que un dron a un carro de bueyes, lo que un cohete turístico de Space-X a un Seat 600, o lo que Amazon a un cosario de autobús de línea. Océanos de tiempos y costumbres separan 40 años.
El título de la película alemana alude a cómo un espía solitario vive la vida de otros, la dos personas a las que espía, que llevan una existencia mucho más interesante que la suya, y esto hace que quien vigila acabe estando abducido por los que están estrechamente vigilados por Wiesler en su propio hogar. Él vive la vida de los otros. Nosotros, a cambio del prodigio de internet, cedemos parte de nuestra vida a otros, que nos vigilan; digamos que sólo con fines comerciales, venga, que es domingo. ¿Quién vive hoy la vida de los otros, ellos o nosotros? Un poco ambas cosas: nosotros, criaturas a millones, vivimos la vida que otros que desconocemos nos señalan oportunamente... o ellos viven nuestra vida, y nosotros vamos camino de gestionarla cada vez menos. No sé si los calentitos que me voy a regalar en una mañana de domingo acabarán haciendo que mi móvil se llene de ruedas y jeringos, de ofertas de churros de masa o de papa (seguramente, Ellos saben ya mejor que yo cuáles prefiero).
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