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César Romero

Curro, una tradición

16 de mayo 2025 - 03:09

Para quien lo vio. Y tanto lo esperó.

UN trampantojo menor con que engaña la vida es hacer creer que toda la gente sigue conociendo a algunos personajes por sus nombres de pila, sin citar sus apellidos, pese al paso del tiempo. En Sevilla durante décadas se ha hablado de Felipe, de Curro, sin más: todos sabíamos que uno era el político González, otro el torero Romero. A Curro ni siquiera la mascota de la Expo 92 logró desbancarlo. Y hoy una parte nada minoritaria de nuestra ciudad los desconoce, incluso con sus apellidos. De Curro, al menos, queda la leyenda, que crece con el tiempo (es la única ventaja de los toreros respecto de otros artistas, como escribió el gran Arroyo-Stephens, pues al ser su arte efímero e irreproducible, sólo contemplable por quien viera determinada faena, la leyenda aumenta conforme la memoria se desvanece).

Curro ha sido uno de los toreros más grandes que ha dado Sevilla, aunque esto sólo no explique la peculiar relación con su tierra. Sevillanos fueron toreros capitales, desde Belmonte, Joselito o Pepe Luis Vázquez hasta Paco Camino, Emilio Muñoz o Morante. Y, sin embargo, ninguno tuvo esta relación. Todos levantaron pasiones, alguno un fervor casi religioso, pero en el caso de Curro hay un plus indescifrable. O quizá sí se atenga a alguna razón. Durante cuarenta y dos temporadas consecutivas Curro Romero toreó en Sevilla. ¡42! Con números, para reparar en tan descomunal cifra. Hay vidas que duran menos. En Sevilla, y en otros lugares, algo que se hace dos veces seguidas se convierte en una tradición. ¿Cómo llamar entonces a lo que se repite durante 42 años seguidos, uno tras otro?

Si en los años siguientes a su alternativa en 1959, los sesenta en los que cuaja las faenas que asientan su nombradía, aún era el torero artista que compartía cartel con otros figurones del toreo, con la llegada de los setenta, la aparición esporádica de su arte (el tópico “tarro de las esencias”) y su permanencia mientras se retiraban sus contemporáneos, Curro se convierte en otra de las tradiciones que Sevilla espera al empezar cada primavera. Y así durante un cuarto largo de siglo. Como la Semana Santa, como la Feria de Abril, Curro era una tercera tradición, otra fiesta esperada por primavera, presente aun para quienes las ignoran o las rehúyen. Quizá esto explique que haya sido, con diferencia, el torero con cuya víspera ha gozado más el aficionado local. El más esperado y celebrado en potencia, de ahí las sonoras broncas cuando tanto deseo acababa en petardazo y la locura, no pocas veces exagerada, cuando cualquier detalle, una media verónica, un derechazo, con el pie, a una banderilla en el suelo, parecía confirmar el esplendor tan querido. Tomarlo como otra tradición primaveral sevillana, que no por descontada deja de esperarse, con la especial vivencia dada aquí a toda víspera, tal vez explique la singularidad de Curro Romero ante el resto de geniales toreros que dio Sevilla.

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