César Romero

El error Zapatero

18 de abril 2025 - 03:10

Su asalto al aparato del partido quedó algo difuminado por aquella jugada electoral de Florentino Pérez, el fichaje de Figo, arrebatarle al eterno rival su mejor jugador, una herida que seguía supurando dos años después en el viejo Camp Nou, donde le cayó hasta una cabeza de cochino (animal, claro). Luego, por el absurdo empeño de Aznar en ser cola de león sin ser ni siquiera cabeza de ratón, cuando el “tú y tu guerra” de Rato que le costó la candidatura, cuando los atentados del 11-M, se encontró con una presidencia de Gobierno que ni esperaba. Tan ancha le venía que empezó a meter la pata casi desde antes de asumirla.

Un cuarto de siglo después de ser elegido secretario general del PSOE queda claro que el gran error, el grandísimo error de la democracia española, es que José Luis Rodríguez Zapatero, ese señor que pasaba por allí, haya sido durante siete años presidente del Gobierno. Que el leonés con aire de despistado pasmarote, como Peter Sellers en Bienvenido Mr Chance, haya marcado el rumbo de España durante siete años largos aún nos pasa factura. Rubalcaba, esa corrección que el PSOE buscó cuando ya era tarde, intentó enderezar lo que pudo, pero el camino ya estaba errado. En buena parte, merced al hartazgo o el odio que González y Guerra sembraron en su partido y a la zancadilla a Borrell, que tuvo que torcer su brazo tras aquellas primeras primarias que ganó frente al candidato oficial, ese Borrell que tanto ha demostrado después. Zapatero, ejemplo supremo de la oquedad que los grandes partidos políticos acaban promocionando, llegó a liderar el PSOE. La deriva posterior de este partido es una expansión de aquel error.

Se equivocó en la gestión autonómica. Se equivocó en la gestión de la llamada memoria histórica. ¿Que tuvo un apoyo amplio? ¿Acaso una mayoría, por serlo, siempre acierta? Sembró, bajo el supuestamente inocente marbete de la recuperación de la memoria, suspicacias entre generaciones. Las avivó entre regiones. Dio alas a la desconfianza entre españoles de distintas procedencias: regionales, generacionales, ideológicas. Agitó aguas tranquilas. Sí: dejó el matrimonio entre homosexuales y rebajó el número de muertos en carretera. Y oficinas y bares, libres de humo. Pero la magnitud del destrozo llevamos años sufriéndola. En cierto modo fue responsabilidad de quienes tanto creían conocer, y desconocían, su partido, que no supieron ver venir este tremendo error, o lo propiciaron, por acción, maquinación u omisión. Cuando han pasado ya varios años, y conforme se vaya alejando en el tiempo, más claro va pareciendo que en el funeral de Estado dado a Rubalcaba las lágrimas de tantos eran lágrimas por nuestro sistema democrático, cuyo desvarío empezó aquel malogrado día de julio de 2000 en que un señor que era mera actitud pasmada carente de aptitudes, y no un político como el honrado en la hora de su muerte, asumió la secretaría del partido político con mayor implantación en España.

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