Extraños en un tren

06 de mayo 2025 - 03:11

Este título mil veces robado es de una novela de Patricia Highsmith, que un año después de su publicación fue adaptada al cine por Hitchcock en “una de suspense” magnífica. Dos desconocidos beben en un vagón de tren, y acaban por jugar con la idea de intercambiar asesinatos. Uno es un arquitecto cuya mujer le es infiel; el otro, un playboy alcohólico y majareta que odia a su ricacho padre. Do ut des: “Yo mato a su esposa, usted a papá, carecemos de móvil para la policía”. No les chafaré el nudo y el desenlace.

Anteayer tarde, al terminar el último puente madrileño, circunstancia que garantiza un éxodo capitalino, las estaciones de tren colapsan. La capacidad de atención es escasa, y por tanto es pésima. Los paganos son estabulados y pastoreados de forma brusca e inclemente por seguratas, azafatos, tornos y lectores digitales. Diríase una deportación consentida en un Estado de bienestar que transita hacia el declive en muchas infraestructuras, faltas de un mantenimiento mal previsto: “Tú corta la cinta, el que venga detrás que arree”. Gente que se queda en tierra sin recibir una explicación, quizá sí una mentira. Los servicios, asquerosos. Mangantes y espabilados, en su salsa. No hay empresa privada a la que culpar del desastre y el apagón. Sí hay que buscar a los ladrones del cobre, y si no cortarle los meñiques porque eso es una barbaridad, entrullarlos a todo lo que dé. E idear prevenciones: ¿no hay digitalidad posible en este asunto? Urge generar fórmulas implacables de seguir la traza del robo y comercio negro del rojizo metal. Nadie llevó el agua prometida a los trenes varados. ¡Habiendo drones, Dios santo!

Dos extraños ocupan una pareja de asientos. Son treintañeros. Ella es del foro, y vuelve de disfrutar Andalucía. Él es andaluz, y vuelve a su trabajo tras pasar el fin de semana largo con sus padres, hermanos y amigos. Durante las catorce horas de parón, la chica exclama de vez en cuando, alargando las eses: “¡Renfe tocapelotas! ¡AVE tocahuevos!”. Él se ríe y eso le provoca dolor lumbar; no volverá a jugar al pádel. Dormitan a ratos, charlan, dicen que el Iryo es barato, pero que “bamboleia” más que Giulio Iglesias. No quieren matar al ministro Puente ni cortarle nada al saboteador: ¿serán esbirros de Putin? ¿Serán la “derecha y ultraderecha”, tan citados al alimón que ya suenan a dúo cómico? Tampoco hubieran querido tragarse al enésimo “gracioso de desgracias” –oficio en auge– por bulerías en el pasillo. Quedan para verse, y se despiden en Atocha con un dulce beso. Serendipia: de la necesidad, virtud.

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