Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
El heteropatriarcado de antaño tenía sus momentos divertidamente surrealistas. Un día, un periodista viejo me dijo: “Cuando quieras saber si alguien es gay [bueno, dijo una palabra con más sonido a bóveda] cántale los primeros versos de la copla Francisco Alegre. Si se la sabe entera es que no hay duda de que lo es”. Ni entonces ni ahora he tenido el más mínimo interés por adivinar la tendencia sexual de las personas, y lo cierto es que por aquella época yo me sabía de pe a pa la famosa copla de Quintero, León y Quiroga, una de las más grandes y emocionantes que se han compuesto nunca. Es más, los amigos más íntimos solíamos cantarla cuando la ingesta de vino había sido excesiva. Todavía hoy me vengo arriba cuando escucho la voz de Juanita Reina entonar aquello de “en los carteles he visto un nombre...”. Todos tenemos un pasado, aunque no sea maoísta.
Más allá de este pedestre sistema, lo cierto es que existen ciertas actitudes que delatan cómo somos y pensamos. En los últimos días hemos descubierto un método infalible para detectar a aquellos a los que, pese a no caérseles de la boca las palabras “democracia” o “derechos humanos”, apenas pueden disimular sus simpatías por todo régimen autoritario o iliberal que sea de izquierdas. La táctica es fácil. Consiste en espetarle de sopetón al sospechoso: “Premio Nobel de la Paz para María Corina Machado”. Inmediatamente, los bravos defensores de la libertad, la paz, la Flotilla o el terrorismo antañón de los FRAP empezarán a descomponer el gesto. Lo hemos visto estos días con grandes pensadores de la siniestra como Echenique, Rufián o Pablo Iglesias, que en uno de esos arranques de santa ira que le caracterizan llegó a comparar a la brava luchadora por la democracia en Venezuela con el mismísimo Hitler. Por su parte, el Gobierno de la nación (¡incluso la Corona!) guardan un escandaloso silencio y se han negado a felicitar a la mujer que simboliza el épico activismo de miles de personas contra ese orangután político que es Nicolás Maduro, bien protegido por José Luis Rodríguez Zapatero, embajador oficioso de España en Venezuela y sibilino protector de cualquier proyecto o realidad que lleve en su seno el gen del autoritarismo rojo (Venezuela, China, Bildu...). A la señora Machado le han dado el Nobel de la Paz, aunque yo le hubiese dado el de Química, por habernos facilitado la fórmula para detectar los elementos tóxicos de nuestra política.
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