Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
La viuda de un famoso torero sevillano, cuando le preguntaban la razón de su afición a las joyas, respondía con criterios tácticos: “Porque si estás en un país americano y hay un golpe de Estado, con un buen anillo consigues un billete de avión que te saque de allí”. Durante mucho tiempo, las joyas fueron una forma de acumular patrimonio fácilmente movible –como los rebaños de cabras– que uno podía llevarse consigo si atacaban las tropas de Almanzor o Napoleón. En esos momentos, las casas y los plantíos solo servían de pasto de las llamas. Cuando un grupo de heroicos bolcheviques asesinó a la familia Romanov (el zar Nicolás II, su esposa, la zarina Alejandra, y sus cinco hijos: Olga, Tatiana, Maria, Anastasia y Alekséi), se tuvo que esmerar con las jóvenes para clavarles bien las bayonetas, porque llevaban cosidas en la ropa interior algunas joyas que pretendían ser pasaportes de una huida que nunca fue. Como homenaje de ultratumba, alguno de aquellos bravos milicianos se entregó después al vicio de la necrofilia con los cuerpos de las zarevnas.
A Francia, ya lo saben, le han robado las joyas de la corona, lo cual no debería ser muy doloroso para una república tan pagada de serlo. Lo cierto es que ha supuesto toda una conmoción nacional, porque se ha entendido el hurto como una prueba más de la decadencia en la que está sumida la nación que inventó el término Grandeur. Es innegable que, desde la construcción de la pirámide del Louvre, que fue inaugurada por Mitterrand a finales de los años ochenta –unos años en los que París volvía emitir brillos imperiales– hasta este robo un tanto macarra de sierras eléctricas, camiones y pasamontaña hay una línea que no es precisamente ascendente. La imagen de la corona de Eugenia de Montijo –“de mi Francia emperatriz”– botando en el suelo, mientras los cacos huyen a todo gas puede ser tan desgarradora para un francés como para un español lo es todavía ver en las pinacotecas europeas los murillos que fueron saqueados por Soult durante la francesada.
Dicen los expertos que los ladrones quieren desmontar las coronas y tiaras de la realeza francesa para vender la pedrolería al menudeo. Entienden, por tanto, que el móvil del robo ha sido económico. ¿Y si no fuese así? ¿Y si estuviésemos ante un acto más de esas guerras asimétricas de las que tanto se habla? ¿Y si es un acto más de descolonización tardía? Algo así como el negro que le mangó el sable a Balduino de Bélgica en la descolonización del Congo. ¡Ay, Francia decadente!, ya ni joyas te quedan para salir corriendo llegada la ocasión, como hacían los españoles cuando Almanzor y Napoleón.
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